«La estrella que perdí»: Formas de ser madre

Luz Orlando Brennan debuta con su primer largometraje como directora en el que retrata una intenso vínculo entre una madre y una hija.

La estrella que perdí nos presenta a Mirta Busnelli como Norma Reyes, una actriz de larga trayectoria hoy afectada por el paso del tiempo. Aunque se la reconoce como una figura importante del mundo de la interpretación, lo cierto es que le cuesta conseguir papeles que la identifiquen y se ve obligada a hacer de bisabuela en una obra de teatro junto a una famosa actriz joven, de piel tersa y pechos firmes.

Norma es madre de Celeste, mujer adulta interpretada por Ana Pauls, pero ella difícilmente se ve definida por ese rol. Ella es actriz, mujer ante todo. Una mujer que a su edad no se encuentra representada, con personajes que a veces ni siquiera se masturban o tienen sexo. La primera parte de la película presenta aristas interesantes en cuanto a lo que el paso del tiempo provoca en una mujer, no desde lo físico solamente sino desde lo social y lo cultural. Como si luego de cierta edad una tuviese que ir resignándose poco a poco.

Celeste todavía vive con su madre y parece ser ella la adulta de la casa, aunque se la pasa masturbándose gran parte del tiempo que debería estar escribiendo el guion en el que trabaja desde hace años. Pero cuando le comunica que quiere casarse y, por lo tanto, dejar la casa conjunta, Norma reacciona de manera algo hostil, desvalorizando las decisiones de su hija, dejando en evidencia de manera inconsciente su miedo a quedarse sola. Es que entre madre e hija la relación nunca parece haber sido buena, quizás porque una fue irremediablemente hija y la otra nunca pudo ser un poco madre.

El momento que cambia y acentúa el eje de la película es la escena en medio de un ensayo de la obra en que Norma participa sin ganas. De repente algo le sucede y se pierde. Cuando vuelve a la realidad, Norma no es la misma que Celeste tuvo como madre, ahora aparece dócil y cariñosa. Entonces por primera vez la hija se siente hija de verdad y aun de adulta se deja cuidar como hubiese querido ser cuidada cuando era chica.

La película se queda con esta relación simbiótica entre ellas dos, que pasan de los gritos al llanto o a las risas. Dos mujeres de distintas generaciones, pero como si cada una perteneciera a la generación equivocada. Con humor, tensión y crudeza, la película se corre de todo sendero predecible para bucear en la complejidad de estas relaciones.

Hacia el final, la resolución resulta tan apresurada y sorpresiva que descoloca. Luz Orlando Brennan, que trabajó en los guiones de películas como Tóxico, La fiesta silenciosa y Muerte en Buenos Aires, de Natalia Meta que aquí oficia como productora, entrega una carta de presentación como directora bastante llamativa, atípica.

Los secundarios Gustavo Garzón y Susana Varela hacen cada uno su valioso aporte. Pero sin dudas las dos actrices, Busnelli y Pauls, madre e hija en ficción y en la realidad, son quienes se entregan sin miedo a un duelo impresionante. Transmiten muy bien todos esos estados que van transitando sus personajes, cargados de matices.

El ser mujer es complejo y acarrea demasiadas cosas. Esta película consigue plasmar muchas de ellas. Porque es sobre la maternidad y el paso del tiempo pero también sobre los roles preestablecidos y los encasillamientos del género. ¿Qué hace a una mujer? ¿Cuándo dejamos de actuar?

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