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«Le Fabuleux Destin d’ Amelie Polain» (Amelie): Niña inocencia

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Ver “Amélie”(Le Fabuloux destin de Amélie Poulain, Francia 2001) es sumergirse de lleno en un mundo de fantasía. La historia de la solitaria joven de 23 años, soñadora y romántica que evade la realidad por medio de su mente prodigiosa (y digo prodigiosa por que es capaz de imaginar millones de cosas, pero sobre todo por que es capaz de transformar su entorno, si se lo propone) es única.

Amélie posee gustos pequeños y a la vez gigantes, como romper con una cuchara la creme broulé, sumergir sus dedos en sacos con lentejas, o imaginarse cuantas personas están gozando un orgasmo en el mismo momento (cuenta 15).

Amélie es la hija única de un matrimonio excéntrico y obsesivo conformado por un doctor y una maestra. Y quizás por estas obsesiones de sus padres (desde vaciar las carteras y las cajas de herramientas todos los días para limpiarlas, arrancar empapelados, etc…) es que Amélie haya desarrollado ya desde pequeña un comportamiento introvertido, tímido, solitario, y se haya refugiado en un mundo imaginario creado entre cuatro paredes.

Luego que su madre muriera en un curioso accidente frente a una catedral parisina, su padre desarrolló aún más sus obsesiones (intenta construir un mausoleo en miniatura para la urna de cenizas de su mujer en el jardín de la casa), descuidando a Amélie, por lo que al cumplir la mayoría de edad decide partir hacia París para cambiar de vida.

Allí consigue trabajo en el café “Les Deux Moulins”, en el cual comparte sus horas con sus también excéntricos compañeros(¡a ver si creen que Amélie es la única rara del relato!), una jefa renga, una vendedora hipocondríaca, una mujer de rápida sexualidad, un psicópata, y demás, a los que se les suman los vecinos del edificio en que vive, una mujer abandonada que relata sus eternos pesares y le lee que hace 40 años le escribieron, el hombre de vidrio(un ser con los huesos tan frágiles que hace 20 años que no puede salir de sus casa, o un vendedor de verduras y su ayudante retardado, a quien atosiga constantemente.

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La vida de Amélie en la ciudad no es tan diferente a la que tenía cuando vivía en el pequeño suburbio con sus padres, pero como dice el título original, ella posee un destino fabuloso, el cual se dispara en un momento particular, cuando por el noticiero de televisión anuncian la muerte de Lady Di.

Amélie escucha la noticia y queda perpleja, la tapa del frasco de colonia que tenía en la mano cae y rueda hasta golpear con un azulejo del zócalo del baño, el cual se desprende. Detrás de éste, un hueco, y en el hueco, unja pequeña caja metálica de cigarros.

Amélie la retira del lugar y cuando la abre descubre objetos de algún niño. Objetos que permanecieron por 40 años escondidos de la mirada de los demás. Pequeñas cosas (fotos, caballitos, cartas) que Amélie decide devolver a su dueño, ya que cree que de alguna manera le cambiará la vida. Y si esto es así, ella poseerá una nueva misión en su vida, ayudar a todos los que la rodean, impartiendo su particular modo de justicia. Ojo, que también perjudicará a quien crea necesario.

En el trajín que le lleva esta aventura, se reencuentra con Nino, un antiguo amigo de su infancia, del cual quedará completamente fascinada. Y obviamente, Nino, también será un romántico, un soñador, y al igual que Amélie posee una misión en la vida, coleccionar fotos carnéts descartadas por sus dueños, las que encuentra en botes de basura y debajo de las máquinas en las estaciones de tren y subte (Amélie se reencuentra con él mientras éste, tirado en el piso, intenta con una varilla metálica retirar fotos de una máquina).

La película está filmada de una manera particular, contada desde un narrador omnisciente, que lo sabe todo(gustos, futuro, pasado, presente de todos los personajes) y lo ve todo(aún más allá de las paredes o superficies), nos introduce en el particular mundo de esta joven.

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Filmada por momentos con una estética de video-clip, el director Jean-Pierre Jeunet(“Delicatessen”, “La ciudad de los niños perdidos”, “Alien 4: la resurrección”) refleja surrealmente y hasta con toques de realismo mágico el universo interno y externo de Amélie. Para esto utiliza varios puntos de vista, velocidades, trazados gráficos, encuadres, composición, que enriquecen al filme y lo hacen vistoso para la vista. También para el oído, porque “Amélie” cuenta con una banda sonora muy bella, de Yann Tiersen, la que acompaña a casi todas las escenas de la película.

Pero además del innegable virtuosismo del director, esta película, sin la actuación protagónica de la espléndida Audrey Tatou(“La Belleza de Venus”), que con un gran naturalismo, y unos de los rostros más versátiles del último cine francés, le pone con soltura la piel a su Amélie. Los demás actores no desentonan y le permiten lograr una actuación que permanecerá por mucho tiempo en la mente de aquellos que vean “Amélie”.

Gran película, de gran facturación, actuación, dirección, “Amélie” nos recuerda que los sueños pueden ser compartidos, que siempre es bueno de vez en cuando despertar al niño que llevamos dentro, que todavía se puede creer en la bondad, en el amor y en la gente, que la justicia depende de quien la imparta y que nadie es importante o superior a nadie, y que todos los seres humanos, por más “pequeños” que sean pueden lograr su metas. “Amélie”, en momentos como el actual, nos devuelve la fe, el optimismo y sobre todo, la esperanza.

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