«El Jockey»: La construcción de una identidad

Dejaré mi tierra por ti
Dejaré mis campos y me iré
Lejos de aquí
¿Quién es Luis Ortega? ¿Quién es Remo Manfredini? ¿Quién sos? ¿Quién soy?
Remo es un exitoso jockey. Exitoso porque le va bien en las carreras y por eso su jefe mafioso lo obliga constantemente a correr, lo necesita. Pero Remo ya no se siente vivo, se convirtió en una especie de muerto en vida y por eso se vuelca a todo tipo de sustancias para hacer un poco más llevadera esta existencia. Su mujer Abril es compañera también de carrera y se encuentra actualmente embarazada, sin saber si desea tenerlo porque su foco sí está puesto en las pistas sobre un caballo de carrera. Y entonces es llevado al hospital y cuando sale de allí empieza su verdadero viaje.
Se puede contar un poco más sobre la trama pero nada le hará justicia. Un accidente transforma a Remo pero también en cierto modo a la película. O quizás es ahí cuando vemos las cosas como realmente son, con reglas nuevas y algo mágico (o desconocido) en el ambiente. El registro no naturalista se percibe desde el primer momento, con planos estilizados y cuidados pero pronto el realismo también se corre, se deforma. Ortega se introduce en una especie de realismo mágico, donde lo simbólico se traslada a lo terrenal.
Todo este cocktail le sirve al director para desplegar una estimulante historia sobre la construcción de la identidad, descubrirse y redescubrirse, entre marginados y marginales. A lo mejor es necesario despojarse de todo lo que uno es y tiene para poder renacer como lo que verdaderamente somos. Un proceso que requiere de mucho valor para atravesarlo, parirse a una misma. Allí es clave la interpretación de Nahuel Pérez Biscayart, un actor de talento comprobado ya en varios países e idiomas y que acá resulta magnético desde ese primer plano que lo presenta dormido o ido como si estuviese muerto.
El guion escrito por Ortega junto a Rodolfo Palacios y el escritor Fabián Casas bucea en temas de la identidad pero también lo que rodea y condiciona a veces esa condición, como las diferencias entre clases sociales.
La fotografía de Timo Salminen, frecuente colaborador de Aki Kaurismäki, ayuda a sentir las reminiscencias e influencias de su cine. Pero allí también hay algo de Lynch y en algún momento mucho de Almodóvar (y el acento español de Úrsula Corberó refuerza estas impresiones).
Como cada aspecto técnico y narrativo, la banda sonora es otra gran protagonista. Canciones de Virus, Sandro, Palito Ortega y Nino Bravo suenan y convierten sus escenas en memorables.

Desde lo actoral el protagónico de Pérez Biscayart es de otro mundo pero siempre está bien secundado por un elenco que entiende la extrañeza de su propuesta. Actores como Daniel Fanego (un inesperado homenaje, con un personaje que se llama justamente Fanego), Roly Serrano, Adriana Aguirre le aportan cada uno su cuota.
El jockey no es una película para todo el mundo, para un espectador que va al cine como entretenimiento, que necesita fórmulas y preguntas respondidas, estructura, orden. Quizás hasta le juegue en contra que haya sido la argentina seleccionada para representarnos en los Premios Oscars. En un cine cada vez más chato y carente de ideas (al menos el que llega a las masas), se agradece el riesgo que toma Ortega (que lo hace porque él se lo puede permitir, claro).
El jockey es una experiencia artística (y por lo tanto como toda experiencia, es algo muy personal: yo hablo por mí), una búsqueda que conmueve y cuestiona, que se cuestiona ella misma incluso. De esas películas que te sacuden y se te quedan impregnadas, que una incorpora a los pensamientos y recuerdos del día a día. Una película que no termina de construirse, que sigue mutando aun terminada.
Deforme, excesiva, contundente, romántica, sensual, creativa, arbitraria, queer, desbordante de ideas. Una locura a la que hay que saber entregarse, dejarse llevar por la experiencia que no será igual para todos pero a mí me dejó en un estado tonto de enamoramiento.
Porque lo que termina de darle forma es la mirada personal de cada una. Mi mirada es esta y sigue creciendo porque desde que salí de la sala no me la puedo sacar de la cabeza.
