#BARS24: Un poco de la Competencia Internacional
Hasta el 3 de diciembre continúa el festival Buenos Aires Rojo Sangre. La programación completa se puede chequear acá. Mientras tanto, un breve paseo por la competencia más importante.
The Moor es una película británica dirigida por Chris Cronin y escrita por Paul Thomas. El prólogo nos presenta el misterio principal de la película: una nena convence a su amigo mejor de distraer al empleado de un supermercado para poder robarse algunas golosinas. Lo que era una travesura se convierte en tragedia cuando el señuelo entra con la idea de mentir diciendo que no encuentra a su padre, pero mientras ella y sus golosinas esperan afuera que él salga, el tiempo sucede y nunca más vuelven a verlo. Pronto se desarrolla la historia de un pueblo caracterizado por un asesino de niños, una horda de desapariciones que de a poco van despoblando el lugar. Bill, el padre del niño, se reúne con Claire, la mujer que una vez fue una niña que perdió a su mejor amigo, tras la noticia de que el hombre acusado de los crímenes ha cumplido su cadena perpetua (una perpetuidad que en la justicia dura 25 años). El hombre se niega a concluir esa búsqueda entre los misteriosos páramos donde cree que se encuentra su hijo perdido, una búsqueda que parece vana hasta que, con la ayuda de una guardaparque y otro par padre-hija que tienen sensibilidades especiales, pronto empieza a sacar a flote partes de un rompecabezas por armar.
La película consigue interesar desde su intrigante arranque y a fuego lento va construyendo climas ominosos entre esos eternos páramos que parecen cobrar vida propia y a los que el director rueda sin cansancio. Los personajes se desarrollan con la profundidad suficiente, con pinceladas que van dando forma sus personalidades y relaciones entre ellos. Sin apurarse, sabiendo en qué momentos detenerse sin por eso sentirse pesada o estirada, The Moor es una lograda ópera prima a la que quizás solo le sobran algunos diálogos repetitivos pero que hasta último momento tiene algo para ofrecer. Los terroríficos páramos y la sensación de desolación y pérdida son suficientes para esta película que no necesita apelar a golpes de efectos y sustos baratos.
Mar.IA es una de las representantes argentinas de la competencia (junto a Lava 2, de Ayar Blasco), que dirigen entre dos recurrentes del festival: Gabriel Grieco y Nicanor Loreti, con guion de éste último. Una película que se ve influenciada por un cine clase B ochentoso donde la ciencia ficción y la mirada de un futuro no tan lejano estaba cargada de imaginación. En este caso, la historia gira en torno a una actriz porno que sufre un accidente automovilístico que la deja en coma. Años después, Alina es contratada como sonidista para una película del director Dario Georges (sutileza ante todo a la hora de homenajear) protagonizada por esta actriz. Pero la situación se va de control cuando fallece en medio del rodaje y el productor pretende mantener en secreto lo sucedido y aprovechar para hacer negocios turbios con gente de la deep web.
En Mar.IA hay un montón de personajes y otras tantas subtramas (entre ellas una historia romántica y un agente infiltrado) sobre las que no conviene adelantar demasiado. La inteligencia artificial aparece acá al mejor estilo Robocop (como uno de los personajes se encarga de aclarar en una de las escenas que se destacan por sus diálogos) cuando Mar.IA se revele como una especie de robot con un objetivo muy particular. Pero ese rejunte de ideas y de personajes quedan desarrollados de una manera vaga y desprolija. La dirección cuenta con un montaje de demasiados cortes abruptos y efectos especiales desparejos. Eso no impide decir que es una película divertida, por momentos inventiva, pero que se pierde entre todo lo que quiere ser o no ser. Por momentos se nota que estamos ante una película de Loretti, en especial en la escena que protagonizan Andrea Rincón y Demián Salomón en blanco y negro, en otras se percibe un poco más la mano de Grieco quien además de haber ya probado con la ciencia ficción en su filmografía acá se reserva el papel del director. Un experimento interesante al que no le falta ni erotismo ni sangre, que no es del todo fallido pero en el que a veces parece apresurado, sobre todo con las escenas post-créditos. La banda sonora es muy buena y levanta mucho.
Daughter of the Sun es una película norteamericana escrita y dirigida por Ryan Ward. En ella se retrata la relación padre e hija entre dos marginales. Él sufre de síndrome de Tourette, lo que a veces le presenta dificultades en lugares de trabajo con gente que no entiende o no sabe de su condición. No conocen mucha gente pero ella tiene un amigo -que a veces amaga con convertirse en un interés romántico- incondicional, capaz de acompañarla a cualquier lado. Así es que cuando vuelven a dejar un hogar que ya no tiene nada para ofrecerles, el niño se escabulle y va con ellos en esa vida que por momentos se parece mucho a la que llevaba el personaje de Francis McDormand en Nomadland, de Chloe Zhao. Aunque desde el principio se atisba cierto rasgo fantástico, la película se mueve por el lado del drama contemplativo al mejor estilo Malick, con rutas y horizontes que solo parecen pertenecerles a los que en realidad no pertenecen a ningún lado. Es así que de repente los tres encuentran una especie de comunidad que los hace parte y sentirse cómodos al menos por un tiempo.
La voz en off reflexiva de la película plantea una intriga, siembra algunas emociones y una atmósfera casi onírica, pero en varias ocasiones se siente demasiado invasiva. Esto hace que la película no parezca avanzar hasta un buen rato empezada, y que se estanque otra vez en el medio. Hacia el final tiene su recompensa, con una resolución satisfactoria que además consigue conmover. Pero es una película extraña dentro de la competencia, pareciendo a veces más un drama indie norteamericano que cine de género. Un dato interesante es que la película funciona como segunda parte de una especie de trilogía que el director comenzó en 2009 con Son of the Sunshine.
La mesita del comedor era una de las películas más esperadas. Dirigida por Caye Casas (uno de los directores de la sorprendente Matar a Dios) y escrita junto a Cristina Borobia, se trata de una historia que ya la venden como muy cruel. Lo cierto es que viene de un muy buen recorrido por el mundo a través de diferentes festivales y sembrando algunos premios en el camino.
El comienzo de la película es brillante. Con mucho humor, vemos a una pareja que tiene un hijo recién nacido discutir junto a un vendedor sobre una mesita que él se empecina en comprar y que a ella, que él le reprocha haber elegido todo en la casa y parece insistir más por hacerle la contra que por gusto genuino, no le gusta. Dos padres primerizos y tardíos (porque ya rondan los cuarenta), un matrimonio puesto a prueba con un primer hijo, un vendedor que solo quiere vender, y de fondo el murmullo del bebé que acentúa su presencia.
Después de plantear otra situación del protagonista con una vecina, el matrimonio se divide para preparar la casa para la pareja invitada que viene a conocer al sobrino. Así, ella se separa por primera vez durante un buen rato del bebé y se va a hacer las compras al supermercado mientras él queda a cargo. Él y la mesita del comedor. Hasta que la tragedia llega del modo más repentino y brutal.
Todo ese inicio que va del humor al shock es atractivo y atrapante. Después la película se convierte en una especie de pieza teatral en la cual el hombre intenta ocultar lo sucedido para poder continuar, al menos hasta que el destino se lo permita, la vida como los padres primerizos que eran hasta un momento atrás.
Con esa situación tan fuerte es difícil mantener un tono de comedia por más negro que sea. Y si bien durante gran parte lo consigue, también por momentos se estanca entre algo que no es ni una cosa ni la otra. El director apuesta a hacer sentir incómodo al espectador, a veces con tanto ahínco que se siente algo forzado. Hay algo en el ritmo quizás que no ayuda, incapaz de transmitir por completo la ansiedad y desesperación de su protagonista. Personajes y tramas secundarias que distraen pero no resuelven nada, al final con su resolución previsible la película pierde el impacto sembrado en ese inicio tan prometedor.