
«Nebraska»: un viaje hacia el reencuentro
Si hay un motivo por el cual me fascinan las películas de Alexander Payne (me ocurre lo mismo en el ámbito local con el cine de Daniel Burman) es la facilidad que tiene para llegar al corazón y al alma a través de mínimas historias, simples anécdotas por las cuales cualquier ser humano puede transitar en diferentes etapas de su vida, ya sea en la adolescencia (La elección), en la adultez (Entre copas, Los descendientes), o en la madurez (Las confesiones del Sr Schmidt).
Con Nebraska logra, no sé si su mejor película, pero si la más madura de su carrera y tal vez su obra más personal, por algo decidió llamarla justamente con el nombre del estado donde nació hace 53 años. Presentada en el último festival de Cannes, mucho se habló de las similitudes que el film tiene con «Una historia sencilla», de David Lynch.
Pero si bien aquel film de 1999, basado en una historia real, se centraba más en la superación personal del protagonista y los diferentes obstáculos que tuvo que sortear (problemas de salud, ante todo) para llegar a su meta, el de Payne hace incapié en las relaciones familiares, viejas amistades, deudas pendientes y heridas abiertas hace muchos, muchísimos años y que aún no cicatrizan.
Woody Grant (un enorme Bruce Dern, mejor actor en Cannes) es un anciano bastante testarudo, con algunos problemas de salud y otros causados por el alcohol, que recibe una carta donde dice que ganó un millón de dólares y que para cobrarlo debe presentarse con la misma en Nebraska.
Todos saben, sabemos, que no es más que un truco, una estafa donde el objetivo no es más que venderle una suscripción a una revista. Pero Woody no escucha ni a su esposa, ni a sus hijos, ni a nadie y asegura que como sea, él va a ir a recoger su premio. Su hijo menor, David (gran actuación de Will Forte), cansado de que su padre se escape y de los reproches de su madre Kate y de su hermano Ross, (Bob Odenkirk, el abogado Saúl Goodman de la serie Breaking Bad), que insisten en que es hora de internar a su padre en un asilo, decidirá tomar cartas en el asunto, dejar a un lado sus problemas de pareja, de trabajo y llevar él mismo al viejo Woody desde Montana Hasta Nebraska, por más que sepa que van a recorrer un viaje de 1300 km en auto, para nada.
Y así comienza esta road movie, esta historia pequeña, emotiva, filmada en blanco y negro, donde los personajes se funden en la impecable fotografía y la música, bellísima, los acompaña durante todo el trayecto como si fuera un protagonista más. A mitad de camino, un percance los obliga a interrumpir la marcha y como están cerca de Hawtorne, el pueblo donde Woody vivió gran parte de su vida, a David se le ocurre hacer una parada durante el fin de semana para que su padre pueda visitar a la familia a la cual no ha visto durante tantos años y es allí donde nuestro protagonista se encuentra con un pasado que le reclama viejas deudas pendientes (sobre todo cuando parientes y amigos creen que realmente ganó ese millón).
Pero acá no se trata de parientes ni de amigos, sinó de un padre y un hijo que en un viaje de unos días aprenden a conocerse más que en cuarenta años. Un viaje donde el hijo aprende a ser hijo y el padre aprende a ser padre. Como en toda película de Alexander Payne, no puede faltar la cuota de humor, a veces cínico y tan peculiar que lo caracteriza.
Y para ello está nada menos que la brillante June Squibb interpretando a la esposa de Woody y cuyo personaje y actuación se merecían este párrafo aparte, ya que su «Kate» nos regala los momentos más tragicómicos del film (la escena en el cementerio es impagable), y es imposible no enamorarnos de esta disparatada, bastante lengua suelta, pero tierna y querible señora.
Una gran actriz que tras sesenta años de carrera recibe hoy su primera nominación al Oscar. No hay en la industria muchos directores tan personales como Alexander Payne, cuyas películas se puedan reconocer al primer minuto. Nebraska es 100% Alexander Payne y no por eso es una muy buena película, sinó por muchas razones más. Y pensar que su distribuidora estuvo a punto de cancelar su estreno en nuestro país. Hubiera sido una gran pena.
Anexo de Crítica por Jessica Johanna
Casi una road movie, casi en blanco y negro (pues en realidad es una película llena de grises), casi un drama, casi una comedia, casi una road movie… la última película de Alexander Payne es esto y a la vez ninguna de todas ellas.
Es una película chiquita, con una trama simple: un hombre mayor, no del todo senil, convencido de que ganó un premio millonario, decide llegar, sin importar cómo, a Nebraska para reclamarlo.
Su hijo, que sabe que no es más que un fraude, un truco publicitario más que otra cosa, se encuentra de repente acompañándolo en esto que parece una locura, quizás porque él está empeñado a hacerlo de todos modos, si es solo y caminando no importa, o quizás, porque es el último deseo de aquel hombre y él quisiera poder cumplirlo, todavía sin saber cómo, o quizás porque es una forma de pasar tiempo con su padre y conectarse de un modo como tal vez nunca lo hizo.
Nebraska es pequeña y es enorme. No necesita esforzarse en ser aquello en lo que se termina convirtiendo. No pretende ser muy divertida, pero está ahí June Squibb agregándole su encanto. No pretende ser tan triste, pero está ahí la mirada de Bruce Dern, muy conmovedora, un alcohólico y testarudo, chocando con la de la generación de su hijo, un sorprendente Will Forte, a quien su novia lo acaba de abandonar.
Es que el director, esta vez con un guión de Bob Nelson, logra retratar de manera eficaz e intimista una relación de padre e hijo que podría ser la de todos. Es aquel momento de la vida, es el reflejo de uno en el otro, es un viaje al pasado y los recuerdos, quizás oportunidades que se dejaron pasar incluso. Es un descubrimiento que cada uno va a haciendo de uno mismo y del otro, en el otro.
Los tres protagonistas, Dern, Forte y Squibb (personaje que tiene un arco argumental muy interesante), junto a un desfile de actores secundarios en muy buenos personajes, brillan en sus respectivos personajes, que se relacionan entre ellos de una manera tan natural que ni parecería que estuvieran actuando. Es así como se siente todo, que fluye naturalmente todo en este retrato agridulce y honesto, sin golpes bajos, con una escena final brillantemente filmada y que resume lo mejor del cine del director.
Nebraska llega a los cines probablemente sólo porque es una de las películas más nominadas a la próxima entrega de los Oscars, aunque en un principio se aseguró que aún así no se iba a hacerlo. Pero hay que celebrar que finalmente suceda, probablemente no esté entre las películas más taquilleras pero no debería pasarse por alto.