«Michelangelo Infinito»: el trabajo y lo divino

En una misma semana dos películas documentales proponen un viaje al espectador a épocas pasadas. En esos viajes hay una cuestión asociada a la verdad y al relato que hay que debtatir antes que celebrar cómo la tecnología suma posibilidades para contar y recrear historias.

Una es “Jamás llegarán a viejos”, de Peter Jackson, que profundiza a partir de materiales de archivo manipulados, la participación de jóvenes en la primera guerra mundial. El segundo es “Michelangelo Infinito”, que analiza, mezclando ficción y documental, la obra de Miguel Ángel Buonarroti, y su particular mirada sobre el mundo y su trabajo y su relación con lo “divino”.

El principal inconveniente de estos dos films es el de construir otra verdad acerca de aquello que narran, una propuesta que sacude el polvo a viejos formatos documentales para crear nuevas propuestas, y en esa novedad, el rigor histórico y la profundidad de análisis sobre el tema que trabajan se diluye con artificios y puestas en escenas más cercanas a la televisión que al lenguaje cinematográfico.

Tal vez el caso de “Michelangelo Infinito” responda más a un esquema tradicional, en donde la descripción a partir del recorrido de la cámara por la obra del artista, situen el objeto de estudio más cerca de lo “real”; en el caso de “Jamas llegarán…” trastoca el sentido del registro fotográfico/sonoro original para crear un nuevo sintagma que nada tiene que ver con el origen de la captura y registro.

Allí, en donde ambos confluyen, es en donde la experiencia cinematográfica trasciende la pantalla, reconstruyendo sesgadamente, y sobre la creencia que lo que se muestra es verdadero, una historia incomprobable sobre la ontología de aquello que se muestra y sus derivaciones.

En tiempos de fake news, el cine se apropia del concepto, también de la historia, para crear relatos nuevos, y en ellos despliega su artificio para configurar otros espacios y relatos desconocidos por muchos, principalmente por las jóvenes audiencias.

En el caso de “Michelangelo…” además, su poder de discurso se muestra más endeble al romper la cuarta pared, dialogando los pocos personajes presentados con la magia del cine, incorporando la mirada a cámara como recurso que interpela, pero que no llega a consumar el hecho por el cual se la sumó.

Si a la experiencia de contemplar obras de arte se las quiere sacar del museo y de la instancia directa de empatía entre la, por ejemplo, escultura con la mirada, la propuesta de “Michelangelo Infinito” es acertada, pero cuando en realidad se busca explicitar mecanismos de producción y momentos creativos de un artista infinito, como lo dice el título, ahí ya no hablaríamos de cine, sino de otra cosa.

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