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«Mi amiga del parque»: vínculos espontáneos

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Una mirada femenina, -no feminista-, aclara Ana Katz, la directora y además, co-protagonista de «Mi Amiga del Parque», sobre la maternidad. Otra característica de su última realización es que es una «comedia inquietante». Las dos cosas son ciertas y la peli cumple su cometido: entretiene, trae a la pantalla varios estereotipos (no exagerados) de madres que «hacen lo que pueden» o buscan «ser lo que otros quieren que sean» o «se mantienen en el deber ser».

Me pareció un trabajo muy interesante pensando en anteriores películas de Ana, como «Una Novia Errante» en la que primaba la histeria y la trama se enredaba sobre sí misma. Aquí no sólo hay elementos de comedia sino que habrá también crítica social y suspenso. Las protagonistas pusieron mucho de sí para hacer que esto funcione, tanto Ana Katz como Julieta Zylberberg son mamás y contaron cómo esta experiencia intervino en sus personajes.

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Daniel Hendler, que es pareja de la realizadora, también tuvo que contribuir con la mirada masculina del asunto y es aquí que se define que la peli no es feminista y que el personaje de Zylberberg, Liz, no tiene síndrome posparto, depresión y cosas por el estilo, sino un poco de miedo a encontrarse de golpe como una mamá, que tiene a su marido, pero por el estilo de vida de esta pareja deben ajustarse para la convivencia y la crianza de la nueva vida en sus vidas sin un manual de estilo.

Las hermanas R, interpretadas por Ana Katz, que es la «amiga» del título y Maricel Alvarez, un rostro muy especial, son las que impondrán el suspenso de la trama: quiénes son, a qué se dedican. El misterio y el prejuicio las rodean y según las madres y padre (hay un solo padre en el grupo) del parque, Liz deberá tener mucho cuidado de sus pedidos y no les adelanto más.

La realización es argentino-uruguaya se presiente en algunas locaciones y en la presencia de Daniel Hendler, que se quejó un poco de que su personaje se achicó tanto en el guión que se limita a salir en comunicaciones vía Skype. Ése preciso elemento de lejanía con su pareja contribuye en gran medida al estado de Liz.

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Por el tema de las locaciones, se eligió una plaza uruguaya porque al no estar cercadas daba un marco más claro de libertad de expresión, un escenario en donde las hermanas R no tienen mucho que explicar y se crea por esta misma razón un marco más misterioso en torno de ellas y aunque sea de día cuando se encuentran.

Es muy divertido el grupo de terapia para madres, en el que vamos a ver a un padre que también interviene, modelo bastante actual, en el que cada uno expone sus dramas y/o soluciones para sus niños en el arenero o en una sesión en el departamento de alguno de los intervinientes.

Inés Botagaray (guionista uruguaya) colabora por segunda vez con Ana Katz -la primera fue en «Una Novia Errante»)-.

Advertencia: que sea sobre la maternidad no implica que vayan sólo las mujeres, a ellos también les puede interesar lo que vean. Yo la recomiendo tengan o no tengan hijos, es una mirada sobre nuestra sociedad, hiperconectada pero pobre en comunicación afectiva y humana.

Anexo de Crítica por Rolando Gallego

En la comunión del cine, cuando la dirección, actuación y la historia, coinciden para acercar una propuesta honesta y efectiva, es cuando películas como «Mi amiga del parque» (Argentina/Uruguay, 2015) de y con Ana Katz, se pueden celebrar con gozo en su llegada a las salas.

La historia de Liz (Julieta Zylberberg) una madre primeriza que intenta, como puede, avanzar en su vida y, también de a poco, encontrarse en un nuevo rol, no el único, que le toca como mujer, hay una exposición de muchos temas vinculados a la maternidad que la mayoría de los filmes han dejado de lado.

Acá, la protagonista, despreocupada, un día conoce en el parque a una de las hermanas R, Rosa (Ana Katz), con quien inexplicablemente se relacionará de inmediato con un vínculo tan fuerte y estrecho que sorprende tanto por su espontaneidad como por la libertad con la que se da.

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Es que en el ver en el otro la oportunidad para, de alguna manera, encontrar algunas soluciones a sus problemas, de madre, de hija, de esposa, de amiga, la hacen a Liz perderse en la locura de esa mujer (Katz) que le plantea, ni más ni menos, la posibilidad de bucear en sí misma para recuperar algo de la vieja Liz que hace tiempo que no reconoce y dejó de lado.

A pesar de las advertencias de algunos padres, que también asisten diariamente al arenero a jugar con sus hijos, Liz hace oídos sordos y se deja llevar por las aventuras que tanto la hermana con la que entabla el vínculo más fuerte, como con la otra, Renata (Maricel Álvarez), van proponiéndole.

Pero mientras se deja llevar, hay algo de invasión en su vida que la subyuga y que también, en un punto, la sorprende y asusta, y que es la capacidad con la que fácilmente el desborde en el que vive puede llegar a construir situaciones de tensión para la tranquila (demasiado, por cierto) vida en la que venía cumpliendo roles en los que no estaba tan segura de saber cómo completar.

Porque en el fondo «Mi amiga del parque» habla de la profunda transformación en la que determinados lugares ocupados por la mujer se fueron desplazando hacia, claramente, otros espacios en los que todo es mucho más lábil y difícil de encasillar y rotular.

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Es madre quien engendra y lleva durante nueve meses en su panza a un hijo, o es madre también, como en el caso de Rosa, quien cuida diariamente de una criatura ante la decisión inobjetable de su hermana Renata de no conectarse con su realidad de madre actual.

Katz construye hábilmente la trama de la película, con mucho de «suspenso cotidiano», como a ella le gusta definir, y también con un espacio de creación en el que las actuaciones inmejorables del trío protagónico, le brindan el contexto ideal para reflexionar sobre el amor, los hijos, las parejas, los estereotipos, y principalmente sobre la posibilidad de elegir y decidir con completa libertad el lugar en el que uno desea continuar con su vida.

«Mi amiga del parque» juega con sus personajes enredándolos, acercándolos, y a veces expulsándolos y enfrentándolos, pero sabe, por el oficio de su directora, que en la capacidad de detenerse en algunos instantes antológicos de ellos, como la escena en la que Liz llora desconsolada bajo la ducha, pero se arma para sonreírle a su hijo que la mira desde fuera de la bañera, va configurando una narración que potencia cada uno de los conflictos que presenta, con los que asume la importancia de las decisiones personales como vector de cada una de las historias que nos cuenta.

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