«Los cuerpos dóciles»: el lado oscuro de la ley
Creo que con “La Noche” (Argentina, 2016) de Edgardo Castro, “Los cuerpos dóciles” (Argentina, 2016) de Diego Gachassin y Matías Scarvaci, conforma un corpus para poder profundizar algunas cuestiones sobre la nocturnidad, el delito, los vicios, como nunca hasta ahora lo había hecho el cine nacional.
Si en la primera, el tour de forcé de un personaje hastiado de todo sumaba horas de sexo sin sexo, promiscuidad, vicios y drogas por doquier, en la segunda, el límite entre la legalidad y la ilegalidad se corporiza en un abogado mediático que no tiene miedo de decir que su principal virtud es ayudar, a como de lugar, a aquellos que delinquiendo perdieron su libertad.
Si desde las pantallas recientemente “Better Call Saul” personificaba al abogado inescrupuloso capaz de aceptar cualquier caso con tal de sumar dinero a su vida, en esta oportunidad “Los cuerpos dóciles” documenta con un abogado real, que esa ficción, spin off de “Breaking Bad”, no está tan alejada de la realidad.
La habilidad de Gachassin y Scarvaci radica en poder pararse de una manera frente a los hechos que acontecen, que dejan al protagonista, el abogado Alfredo García Kalb, más personaje, imposible, con la tarea de llevar por los pasillos de juzgados, cárceles, villas, calles de tierra, a los espectadores para conocer sobre su actividad y la manera en la que la realiza.
Si el título alude a un capítulo de “Vigilar y Castigar” del filósofo Michel Foucault, la referencia rápidamente es erradicada, porque acá el cuerpo más dócil no será el del preso, el recluso, sino, al contrario, el del abogado, adaptándose y haciendo adaptar a todo aquel que se le acerca a solicitar sus servicios.
Si Goodman en su propia serie atendía detrás de una peluquería y pedicura china, en una oficina tan pequeña como patética, acá García Kalb recibe a los clientes en un departamento que termina teniendo, en una de las habitaciones, una cama y una computadora.
En una escena de las decisivas del filme, cuando el letrado intenta sacar ilesos a dos ladrones de un robo “menor”, esto en palabras del propio García Kalb y los delincuentes, vemos como su secretaria, que en otros momentos se muestra sólida y con oficio, termina por escribir con un dedo de cada mano en el teclado de una PC, el alegato final para sacarlos en libertad.
En ese detalle en el que Gachassin y Scarvaci se detienen, o cuando en un viaje en automóvil van a una Villa a hablar con algunos clientes, “Los cuerpos dóciles” configura al espectador hacia un lugar activo en la expectación (valga la contradicción) y que termina por eludir algunas cuestiones sobre los malhechores que el abogado defiende.
La banalización del tema roza la narración, porque no hay que perder de vista que aquellos clientes de García Kalb son personas, que sin juzgar el motor, han delinquido, y eso es incuestionable.
Pero al contar con la presencia protagónica absoluta del letrado, hipnótica por momentos, cualquier análisis profundo sobre el delito, queda relegado a un segundo plano, construyendo un verosímil que evade hábilmente algún cuestionamiento certero sobre la honestidad, la verdad y la defensa justa.