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«La Secta»: los peligros de la gran ciudad

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Hay veces que las buenas ideas, o al menos, las ideas reversionadas, aquellas que intentan recuperar discursos de otros tiempos, desde un plano más ontológico hasta la concreción de la misma van perdiendo entidad y termina por erigirse como algo que dista mucho de ser lo que originalmente se había pensado y querido hacer.

Reconocer en «La Secta» (Argentina, 2014) de Ernesto Aguilar esto, y las buenas intenciones con las que se procede a narrar la historia de Kalima (Patricia Fishman), una joven inocente, demasiado por cierto, que llega del interior del país y es rápidamente absorbida por una misteriosa secta, liderada por un diabólico ser, que utilizará su cuerpo como mecanismo de ritual y sacrificios, es leer un producto con las ganas de que pase la prueba con una nota buena.

Pero lamentablemente, por el devenir de la acción, por la elección de planos y composición de escenas débiles, por la confusión con la que intenta desarrollar los hechos principales de la historia de la joven, por tocar de manera tangencial un tema tan delicado y profundo como la trata de mujeres, y, principalmente, por la mala factura de la producción en general, todo aquello que se percibe como beneficioso en el producto en un primer momento, esa idea, esas ganas de hacer cine de género en el país, terminan jugándole en contra y evaporándose.

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La rápida resolución de la mayoría de los conflictos, acompañada por un guión que no evita caer en cada lugar común de las películas de este tipo, van construyendo un tipo de visionado en el que la risa, o al menos, el esbozo de la misma, ante las situaciones presentadas, termina ganando a las buenas intenciones de los actores y el director que hacen lo que pueden con lo que tienen.

De hecho, se habla de una «secta» que abduce a Kalima, negándole la posibilidad de contactarse con el exterior y explotándola hasta que su cuerpo no resiste ninguna otra visita más, pero curiosamente en la «secta» siempre están los mismos tres personajes circundando a la joven, los tres actores que han aceptado el desafío de Aguilar para esta ocasión.

Kalima tiene oportunidades para escapar, algunas, pero las desaprovecha, y las dos personas de la secta que la manipulan siempre tienen una nueva oportunidad para descubrir sus verdaderas intenciones y maniatarla y una vez más encerrarla.

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«La secta» luego transita el difícil camino de intentar construir un verosímil con la introducción del misterioso líder, del que sólo anteriormente conocíamos su voz, pero termina por elegir el costado más bizarro del género tratando de elucubrar una puesta al día de «El bebé de Rosemary» del que Kalima será objeto y que terminará llevándola a confundir sus sentimientos con éste.

Volviendo a la idea original de este texto, es en la posibilidad de percibir las ganas de plasmar una idea lo que movió la producción de esta película, en donde al menos se pueden percibir ciertas buenas intenciones, pero claro está que el producto final no es el mejor y mucho menos considerando la tosquedad y obviedad de algunas secuencias.

«La secta» es un intento de cine de género, algo que hace tiempo no se realiza, excepto en producciones que terminan llegando comercialmente a las salas, y que podría haber resultado mucho mejor de lo que finalmente es con otro sistema de producción y soporte por parte de las áreas que componen el armado de un filme.

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