«Baby driver»: el as del volante

Cuando el cine se encuentra con la música el espectáculo se potencia. Cuando la inteligencia se ubica no sólo en la habilidad narrativa de un guionista, sino que se acompaña con un lazo cercano entre la dirección y las actuaciones, todo marcha sobre ruedas.

Lugar común el que se acaba de mencionar, pero es así, es cuando propuestas como “Baby Driver: El aprendiz del crimen” (USA, 2017), nos hacen vivir emociones impensadas o calculadas que configuran la verdadera razón del cine. Edgar Wright viene de dirigir y guionar películas de culto como “Scott Pilgrim” y “Ant-Man”, películas que han dejado una huella particular en los espectadores a partir de la reinvención de los géneros con los que trabajó.

En esta oportunidad, las películas de atraco, sirven para reconstruir una historia de amor y pasión en medio del hampa, con el Baby que da título al film, un joven que tiene una deuda pendiente con uno de los líderes de una de las bandas de robo más efectivas de los Estados Unidos y que se desempeña como chofer, obligadamente, en los actos delictivos.

A su capacidad para escapar de la policía a gran velocidad, se sumará la particularidad de su oído absoluto para sincronizar los acordes de los temas, que lleva en sus infinitos reproductores, con los pasos y las alarmas de los bancos o lugares robados.

Así, en el relato, además de contar cómo éste joven está involucrado en los hechos delictivos, la acción se posiciona casi en una coreografía constante, en donde la música y el propio Baby son los elementos dominantes de la escena, pero también la decisión estilística que refuerza tópicos claves y referencias a películas predecesoras.

Acompañado por una joven a quien conoce en una cafetería, el devenir del romance con ella, más los ingenuos intentos por escapar de las redes de su jefe, subrayan la progresión dramática y la tensión. El arco posee su punto más alto cuando la decisión de abandonar pasa de ser un anhelo a ser una cercana realidad, pero como en todo cuento, no le va a ser tan fácil desligarse de años y años de estar cerca de los delincuentes.

“Baby Driver” es una película que apoya su recorrido por el guion en la cintura actoral de sus protagonistas, quienes saben, además, que se están entregando a un acto lúdico cinematográfico que además reunirá frente a la pantalla a diferentes generaciones.

Razón por la cual si bien el “baby” es el disparador (Ansel Elgort), está Jon Hamm, Kevin Spacey, Jamie Foxx, entre otros, que despliegan a lo largo del metraje todo aquello que el guion y el director les solicitan y aún más en sus arquetipos.

Persecuciones, robos, disparos, muchos disparos, pero mucha, mucha música, componen el panorama artificioso de la obra, pero también la esencia sobre la cual Wright arma el pentagrama en el cual las notas, en este caso las escenas, configurarán el espacio ideal para que el despliegue musical, las coreografías y la acción construyan un todo, una experiencia visual y sensorial única para disfrutar en el cine.

Anexo de Crítica por Fernando Sandro

El sexto film de Edgar Wright, Baby: El aprendiz del crimen, es por lejos, su proyecto más tradicional, alejado de muchas de las marcas que lo hicieron popular. Edgar Wright y Nick Frost como guionista fueron durante varios años una dupla de culto, famosa primero en Inglaterra, y después en el mundo, por entregar comedias irreverentes que reversionaban los géneros a su manera como Shawn of the Dead, Hot Fuzz, o la mítica serie de TV Spaced.

Con el tiempo, ambos tomaron proyectos separados, y Wright encaró películas como Scott Pilgrim o The World’s End, que, aunque de un modo diferente, mantenían un estilo único y distinto de las propuestas de Hollywood. Baby: El aprendiz del crimen, probablemente sea el salto definitivo a las grandes producciones, y como suele suceder en estos casos, en el camino, se relega algo de originalidad.

A la mitad de camino de la saga El transportador, Escape Salvaje, y el estilo de Guy Ritchie (aunque sin el abuso de las tomas lentas seguidas del aceleramiento); Baby: El aprendiz del crimen es una película de acción, con matices de comedia, y estilizada de modernismo en una onda similar a Kingsman.

Baby (Ansek Egort) casi no habla, lo suyo se limita a conducir y permitirles la fuga a la banda liderada desde las sombras por Doc (Kevin Spacey).

No dice ni pregunta, nada. Si le hablan en el trabajo, prefiere responder con monosílabos, entiende que es mejor guardar silencio porque en boca cerrada no entran moscas, o balas. Joven, con un problema de sordera parcial, se calza sus auriculares y se pierde, aislado, en su mundo mientras cumple su trabajo de particular chofer.

En la banda no lo quieren, sospechan de esa templanza de hierro, y él único que parece protegerlo es Doc, que intenta mantener las aguas calmas en su equipo para beneficio personal. Baby mantiene una vida, si se quiere paralela, vive con el anciano y ciego Joseph (CJ Jones), que “desconoce” su actividad, y yendo a almorzar conoce a la camarera Debora (Lily james) con la cual queda prendido casi de inmediato.

Hay un nuevo trabajo en la banda, Baby quiere abrirse pero acepta para tener el dinero y poder emprender un destino junto a Debora.

Por supuesto, es un trabajo riesgoso, algo sale mal, y ahora la banda quiere la cabeza de Baby (que esconde su nombre real). Hay algo de Tarantino, del Robert Rodriguez de El Mariachi, de esas comedias de acción desprejuiciadas y videocliperas que presentan un amor que se enfrente al mundo, desde Natural Born Killers y la remake de The Gateway a, por supuesto, Escape Salvaje. La química entre Egort y James es absoluta, y es uno de los puntos más altos del film.

Los personajes secundarios, los miembros de la banda, entre los que podemos encontrar a John Hamm, Eiza Gonzales, y Jon Bernthal, y el propio Spacey, tienen carisma, están bien desarrollados pese a ser algo clichés, y los actores se divierten a la parque divierten a la pantalla.

Sin dudas el punto más fuerte es su banda sonora, cada vez que Baby se calce los auriculares, los sumergiremos en clásicos atemporales, perfectamente ensamblados. Desde Ennio Morricone a Kid Koala, Isaac Hayes, Lionel Richie, Beck, Queen, Blur, R.E.M., Barry White, Marvin Young, y por supuesto Simon & Garfunkel, entre muchísimos otros y un largo etcétera de soundtracks clásicos para reforzar la idea de la referencia permanente.

La puesta, el montaje, y la fotografía de Bill Pope son acorde al ritmo ágil, correcto, clásico, y moderno de la propuesta, sin desentonar. ¿Entonces por qué Baby: El aprendiz del crimen no llega a ser una gran película? Porque todo el empeño que pone en ser “canchera” y ganchera, en darle libertad a su elenco, y en mostrar un clasicismo formal tanto en la puesta como en el excelente soundtrack, no lo encontramos en un guion que, si bien no tiene grandes errores, básicamente es de manual.

Allá dónde esas películas mencionadas se mostraban desprejuiciadas a inicios de los noventa, en pleno auge grunge; pasaron más de veinte años, las historias ya se contaron, y en cierto punto, el nuevo film de Wright pareciera no tener nada demasiado nuevo para aportar (como sí lo hizo Kingsman con el cine de espionaje, o Drive en el de fugas automovilísticas).

Sin el gag a punta de lengua ni la irreverencia de los mejores films del director, Baby: El aprendiz del crimen se ve bien, se disfruta, y nos hace mover los piecitos al son de sus clásicos, pero difícilmente esté a la altura de una propuesta perdurable.

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