
«Aire libre»: luces y sombras
¿Qué es lo que une y qué es lo que separa a una pareja? La existencia de un proyecto en común, ¿puede avivar la pasión de algo que lentamente se está muriendo?. Las respuestas a buscarlas en “Aire Libre” (Argentina, 2014), de Anahí Berneri (“Por tu culpa”), una asfixiante película en la que veremos la decadencia de un matrimonio y algunos intentos por salvarlo, y que si bien a simple vista generará más de una comparación con “Blue Valentine”, el hilo conduce hacia otro lugar.
Lucía (Celeste Cid) y Manuel (Leonardo Sbaraglia) deciden comprar una vieja casa para remodelarla. Ambos son profesionales del área y volcarán en ella sus anhelos más profundos y sueños postergados. Pero desde la primera escena hay algo que Berneri refleja, para dar a entender del quiebre entre la pareja, que más allá de la idílica imagen inicial de reposo en el jardín, entre ambos hay algo que no se dice y que los afecta.
En esa escena Lucía (Cid) comienza a realizar un pequeño croquis sobre algunos cambios que se imagina en la estructura del inmueble y Manuel (Sbaraglia) le pide ese trozo de papel en el que ella dibuja y se lo niega. “Hacé el tuyo” le dice. Y le da una hoja en blanco.
Ahí entendemos que esa casa no va a solucionar el aburrimiento y el tedio al que ha llegado la relación, que de simples acciones cotidianas pueden terminar en una guerra campal, y que además, volcarán todas sus miserias en el cuerpo de su hijo (Máximo Silva), un niño que ya no sabe cómo acercarse a ellos para recibir un poco de afecto.
Quizás el origen de todo, más allá de eso de “los opuestos se atraen”, pueda rastrearse en la formación de cada uno dentro de su seno familiar, en un caso, el de Manuel, un hogar estricto, organizado y hasta autoritario (con padres castradores interpretados por Rodolfo De Souza y Marilú Marini), mientras que en el caso de Lucía, su vida transcurrió en un hogar lleno de libertades y “dejarla ser” (con una madre muuuy liberal que protagoniza Fabiana Cantilo). Porque así es como cada uno encara a diario la vida.
Al vender el departamento, deciden momentáneamente instalarse en la casa de la madre de Lucía y al poco tiempo Manuel no resiste ni la comida (vegana) que le brindan, por lo que se separarán para poder cada uno seguir con sus actividades diarias sin inconvenientes.
Y eso que sus cuerpos siguen atrayéndose, pero no hay momento para el encuentro, y cuando lo hay, ya nada hace que todo fluya con normalidad. Ese es el punto en el que se encuentran. De atracción y rechazo constante.
Por eso será que en medio de la supuesta “separación” hasta la mudanza definitiva, cada uno caerá en las redes de un tercero/a. Alguien que los hará sentirse bellos y únicos al menos por un instante, el que aprovecharán al máximo para poder escaparse.
Los celos y la inseguridad, las agresiones como manera de relacionarse, los hijos como botín de guerra, el encuentro sexual “espontáneo” y el “armado” para asegurar un vínculo, algunos de los temas que trabaja Berneri en un film duro, con un climax y punto de giro que recién llega hacia el final. La habilidad de la directora para generar espacios opresivos y climas lúgubres dentro y fuera de esa casa que intentarán reparar, sólo sumará más tensión en el espectador.
Intensa, árida, con pocos diálogos, “Aire Libre” es una película madura sobre un matrimonio que aún cree que estar juntos es lo mejor que les puede pasar, sabiendo que eso es una falacia y que nunca nada será como fue.
Anexo de crítica por Fernando Sandro
“Ya no quiero sufrir más” es una de las frases que se espetan uno al otro la pareja protagónica de Aire Libre, y también podría servir como síntesis de la sensación que el nuevo film de Anahí Berneri puede despertar en algún espectador.
Que no se malentienda, no estamos frente a una película imposible de apreciar, sus aciertos son varios; pero el sufrimiento pasa por el clima agobiante en que vive el matrimonio, y que se transmite en la pantalla, una incomodidad latente, casi perturbadora.
Es la historia de Lucía y Manuel, Celeste Cid y Leonardo Sbaraglia respectivamente, un matrimonio de arquitectos con un hijo pequeño, Santiago (Máximo Silva), que pasa por el desgaste del tiempo.
Quizás tratando de buscar un nuevo ambiente, deciden construirse un nuevo hogar desde las ruinas de una casa de campo, alejada de la urbe. Pero la finalización del proyecto se retrasa, la familia debe vender la casa en la que viven actualmente para no sumar gastos y se mudan, en un principio a la casa de la madre de ella (una Fabiana Cantilo al natural, uno de los puntos altos y relajantes del film). La tirantez crece paso a paso, Manuel se siente sapo de otro pozo, así toman otra decisión, él se muda hasta que el nuevo hogar esté terminado a la casa de sus padres que acaban de volver de España (Marilú Marini y Rodolfo de Souza, matrimonio real); así la distancia se acrecienta más y más… o puede que se produzca el aire que la pareja necesitaba.
Con una filmografía ecléctica, teniendo en común el tono intimista en toda su obra, Berneri retoma varios puntos de su anterior obra, Por tu Culpa (es más la protagonista de aquella, Érica Rivas hace una participación aquí que bien podría servir de precuela) y los expande.
Si en aquella era una madre que lidiaba en medio de una noche fatídica con sus hijos endiablados y el padre ausente; acá el endiablado es el mismo matrimonio, y el hijo queda en el medio de la puja.
Aire Libre funciona a tracción de reproches (muchos de ellos en forma de metáforas), Manuel y Lucía se enrostran todo tipo de frases y gestos hirientes; aun cuando hacen (o intentan) el amor parece más una escena violenta y hasta cercana a una violación. Parecen encontrar la paz cuando cada uno actúa por su propia cuenta, Lucía cantando para la banda de su hermano (con un músico interesado en ella), y Manuel visitando a la esposa e hijo de uno de sus empleados accidentado.
Pero también se siente una pulsión, como si ambos gustasen de esa fricción; o mejor dicho, produciendo una atracción y repulsión mútua simultánea.
Berneri, como en Por tu culpa, vuelve a co-escribir el guión junto a su marido Javier Van de Couter, y se nota que sabe de lo que habla. No se puede negar en Aire Libre la naturalidad con la que todo fluye.
Así el espectador es sometido a una sesión tensa, difícil de ver, casi imposible para la relajación, y sin embargo dueña de una mirada que merece atención. Un consejo, conviene dejarla decantar.
Otra sería la experiencia sin estos actores, Lucía y Manuel son personajes complicados, con los que cuesta crear una entera empatía, y tanto Sbaraglia como Cid le ponen el alma a esta difícil tarea. La (anti)química entre ellos es fundamental para la fluidez.
Promediuando la conclusión los hechos se precipitan, como en Por tu culpa ocurrirá un hecho desgraciado deliberado y traumático, como un resumen de lo que vinimos viendo; llevando a un final que dividirá aguas.
Aire Libre se caracteriza por su incomodidad permanente, por el nerviosismo que transmite; puede ser un fiel reflejo de muchas relaciones actuales. Pero se corre el riesgo, como aquellas personas que viven mirando su reflejo en un espejo, que tanta triste realidad termine por abrumar.