«1100»: un mundo de cinco asientos

Hay dos tipos de taxistas: los de pocas palabras (mi preferido) y los que buscan sacar cualquier conversación, por más trivial que sea, a su pasajero, quizás porque así se les hace más llevadera la jornada.

El protagonista de “1100” es de los primeros, aunque en realidad es así en todos los aspectos de su cotidianeidad. Por ejemplo, escucha al pasajero en el asiento trasero toser y toser y no dice ni hace nada, porque, ¿qué puede hacer?

El tema es que al ignorarlo no se da cuenta de manera inmediata cuando cae inconsciente. Intenta despertarlo y no lo logra. Finalmente lo termina llevando al hospital sin preocuparse luego por saber de él.

La vida de Leo es solitaria y tranquila. Vive en Rosario con su mujer, aunque ella parece ausente. Sólo lo llama por teléfono un telemarketer que le quiere vender algo, del cual se desprende fácilmente. O su madre, que le pide que le arregle cosas que tiene sueltas y rotas desparramadas por su casa. 

Leo dejó atrás su sueño de tener una banda de rock. Con su mujer apenas se relacionan; ella rechaza cada caricia… pero habla por teléfono con alguien a quien llama mi amor. Y recibe mensajes que la hacen sonreír.

Durante otro viaje, descubre que el hombre al que llevó el hospital se olvidó un paquete. Un paquete cerrado; no sabe qué hay dentro pero tampoco muestra interés alguno, aunque sí se preocupa en intentar devolvérselo. A la larga, Leo siempre parece estar para el otro; nadie parece estar para él.

El encuentro de ese paquete promete sacarlo un poco de la tediosa rutina. Pero finalmente todo queda ahí, en la nada. En otro momento más de su intrascendente existencia. 

El problema principal de “1100” es que construye a su protagonista de manera definida, aunque a base de algunos clichés, pero plantea un montón de situaciones que a la larga no termina de explorar. Todo parece siempre quedar ahí, aunque claro, no es más que una ilusión.

Nada queda ahí para Leo, quien empieza a acumular frustraciones y parece que en algún momento se va a cansar de bajar la cabeza y ceder ante pedidos y caprichos. 

Si bien desde el póster el film promete una explosión, no estamos ante "Taxi Driver". Ni las calles están tan sucias y lo sórdido se sugiere más de lo que se deja en evidencia. Y la elección del director es la de plantear más que ejecutar.

Esta ópera prima que dirige y escribe Diego Castro, aunque bien realizada resulta en su mayor parte tan bucólica como su protagonista. Tiene una interesante construcción pero poco más se termina llevando a cabo.

Hay de todos modos un buen trabajo interpretativo de parte de su protagonista, Santiago Ilundain.

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