
“Leviathan”: cuando la tragedia azota al mito
Como una gran y épica historia de amor (filial, fraternal y de pareja), atravesada por un halo inmenso de corrupción “Leviathan” (Rusia, 2014), de Andrey Zvyagintsev, propone una mirada particular a un micromundo que bien puede trasladarse a cualquier rincón del planeta. En la historia de Kolya (Alexei Serebriakov) y de su imperturbable intento por preservar su vivienda de las inescrupulosas manos del corrupto alcalde del lugar (Roman Madyanov), hay un sinsabor que se genera por la obvia comparación con nuestra idiosincrasia y el reconocer en esa lucha una causa perdida como tantas otras tan cercanas.
Zvyagintsev elabora una compleja e hipnótica trama, en la que la el amor de Kolya por su mujer Lilia (Elena Lyadova) y su hijo Roma (Sergey Pokhodaev) se va deteriorando hasta el punto que cada interacción entre ellos se reduce a golpes e insultos. Pero Dmitri (Vladimir Vdovichenkov), una persona del pasado de Kolya, llegará para intentar modificar el oscuro presente de la familia y gracias a su profesión (abogado), tratará de solucionar el inconveniente principal (la pérdida de la casa) que tan mal lo tiene.
Pero en este pequeño pueblo, en el que todos se conocen y nadie confía de nadie, será complicado tratar de avanzar con honestidad y de superar la compleja y oscura trama que circunda a cada uno de los funcionarios públicos. Desde el momento que Dmitri pone un pie en el lugar, todo se complica, hasta el punto que una inmensa maquinaria burocrática y de violencia exponga al límite al trío protagónico hasta niveles insospechados. La dinámica entre los protagonistas, y el tiempo laxo entre cada escena, hacen de la propuesta un ejercicio estilístico más que interesante y que contrarresta la excesiva duración del filme.
Los corroídos paisajes, la aridez de la llanura, el frío que cala hondo, y la tierra envolviendo misteriosamente a todos son uno de los puntos más altos en la composición de las escenas. Los planos fijos, la cámara quieta, el poderío de la naturaleza que avanza a los personajes, como así también el detalle minucioso del accionar diario logran que “Leviathan” trascienda la particularidad de su lugar de origen.
Zvyagintsev compone a los personajes con detalles que los hacen únicos (la botella de vodka pegada en la mano, el conducir automóviles a toda marcha, el grito y el sexo como liberación de los ajustados cuerpos) y que revelan un costado menos formal del último cine ruso, un cine que aún sigue armando historias potentes y que sigue respetando a rajatabla la estructura clásica del relato.
Narrativamente hablando “Leviathan” se va complejizando a cada minuto, y cuando el porvenir de Kolya quede en manos de las arbitrariedades de la corrupción y de la manipulación de pruebas de un alcalde que sólo quiere conseguir algo que no le pertenece, la película va despertando el interés por el devenir de los sucesos.
Anexo de Crítica por Patricia Relats
Esta película fue mi favorita en la competencia por llevarse la codiciada estatuilla del Óscar en la categoría de Mejor Película Extranjera y hasta lo que va del año, una de las que más disfruté. Contando con todos los elementos visuales rusos: su simetría, su fotografía perfecta, casi les diría que para mí es un sello de su grandeza, también suma una estructura de tragedia, donde el destino muestra que no importa todo lo que haga el personaje principal, no podrá evitar su destino.
La película se da en una ciudad costera rusa, que demuestra no estar en su mejor momento ya que los botes están destruidos y los paisajes están retratados con los colores más fríos de cualquier paleta. Se centra, particularmente, en el personaje de Kolya, que se presenta como un tipo bastante rústico y en contra del sistema, pero con un dejo de nostalgia y fracaso porque pase lo que pase él nunca sale del mismo lugar donde estuvieron su padre y su abuelo. Una cosa es heredar una casa y otra no poder comprarla uno mismo. Sin mencionar que se queda sin trabajo.
El problema inicia cuando una empresa con un contrato con el Estado lo presiona para venderle su propiedad, la de su familia, para poder instalar una antena de telecomunicaciones. Se vale para luchar de la ayuda de un antiguo amigo del Ejército,
Dimitri, quien es ahora un importante abogado en Moscú. Pero todo esto también traerá cosas de su pasado mientras intentan hacerle frente a una corporación que promete con destruirlos. Me gustó mucho la lógica de la tragedia, donde el personaje cada vez se hunde más y tiene una idea de distanciamiento por esto mismo.
Ver la imagen de un chico contemplando el esqueleto de una bestia mítica demostrando que hasta los más grandes mitos y las más grandes historias, mueren. Sus más de dos horas no se sienten más que en cómo te avasalla lo que está tejiéndose sobre Kolya, un espectacular Aleksey Serebryakov que logra hablar con cada gesto, para mostrarnos un personaje lleno de matices y de frustración frente a un sistema que lo oprime hasta poder suprimirlo.
El resto del elenco se completa, sobre todo, con esa casa ubicada en un espacio privilegiado pero con todo el calor del hogar. No es un film demasiado feliz, como bien promete el argumento, pero Andrey Zvyagintsev logra meternos dentro de lo más básico y esencial del ser humano, en lo que podemos convertirnos y cómo podemos aplastarnos si nos olvidamos de hablarnos.