«Juana Banana»: Una protagonista frutal
Lo nuevo del director Matías Sulanszki, que acaba de tener su paso por la Competencia Argentina del Festival de Cine de Mar del Plata, se presenta como su película más personal, alejado de las excentricidades y bizarreadas de películas suyas anteriores como Astrogauchos, Pendeja, payasa y gorda o El gran combo, entre otras tantas. Juana Banana sigue a su personaje, una joven que quiere ser actriz y escritora pero se la pasa deambulando como si se dejara llevar por la corriente, sin mucho plan.
Juana tiene 28 años y se la pasa de casting en casting. Aunque pareciera que lo que realmente quiere hacer es escribir. Por eso también se junta con un compañero de taller a tomar algo y discutir sobre la escritura.
En su pareja, con un novio patético que la trata como quiere, las cosas tampoco andan bien y pronto se encuentra a la deriva ahí también, cayendo donde la reciban, sin un lugar fijo donde dormir.
Es como que todo parece irle mal a Juana, y nada indica que en algún momento fuese a mejorar. Y ella en el medio sigue caminando, aunque no sepa a dónde moverse. Da la sensación de que la película se encuentra influenciada por directores como Woody Allen, Noah Baumbach o incluso Joe Swanberg, pero de ninguno logra conseguir un poco de corazón para su protagonista, al contrario, la deja tirada y sola.
Con una banda sonora que apuesta al piano, Juana Banana tiene todo el tiempo en el centro a un personaje que se mueve entre lo risueña, lo verborrágica, lo neurótica. Los diálogos, demasiado explicativos, forzados y a veces hasta repetitivos (ella menciona como tres veces que es una joven que se expone a la frustración, siempre con esas mismas palabras), no ayudan a construir un personaje que sea querible o al menos soportable.
Juana dice cosas sin pensar demasiado, habla como si estuviese escribiendo, y cuando no sabe cómo reaccionar simplemente se ríe. Se ríe hasta llegar a un nivel de incomodidad insoportable en quien está a su lado, ya sea queriendo conquistarla como siendo un extraño que solo comparte con ella un viaje en colectivo.
Claro que también va a castings, va al cine (a la Sala Lugones), o se obsesiona con un libro que encuentra de casualidad y le presenta a un escritor que podría cambiarle la vida… o no.
La música de Carlos Paez (su “Siempre soy feliz”) y los lugares de Villa Crespo son un poco de luz en medio una película que parece construida sin mucha anticipación. Es cierto que en el medio hay un personaje que no sabe a dónde va, pero lo mismo le sucede a la película.
En Juana Banana todo sucede rápido, a mil por hora, como los pensamientos que pone en palabras la propia protagonista. El problema es que en ningún momento da pie a transmitir algo más que hastío. Todo resulta errático y forzado. Un producto vacío.
