«Indiana Jones and the Dial of Destiny» (Indiana Jones y el Dial del Destino): Una última aventura

Esta vez bajo la dirección de James Mangold, Indiana Jones se entrega a una última aventura con nuevos villanos y nuevos compañeros de viaje.

Tras 42 años desde la primera aparición del arqueólogo Indiana Jones, y ya sin Steven Spielberg detrás de las cámaras, Harrison Ford demuestra que nunca es tarde para una última aventura. Esta quinta entrega de la saga empieza con una escena en plena ocupación nazi donde Indiana Jones y su amigo Basil Shaw (Toby Jones) quieren quitarle a los oficiales nazis un importante objeto histórico. Pero pronto descubren que es falso y que el valor radica en aquello que no habían mirado: la mitad de un dial creado por Arquímedes que el Dr. Voller (Mads Mikkelsen como el villano de turno) no está dispuesto a perder. En esa extensa secuencia que funciona como prólogo podemos ver a un Harrison Ford rejuvenecido con CGI, algo que en los momentos de mayor movimiento y persecución (gran parte) distrae bastante, haciéndolo que parezca más un videojuego que una película. Más allá de ese detalle, hay un gran manejo de la acción y de la emoción, con escenas que remiten a un cine de antaño.

Tiempo después, a fines de los 60s y con la celebración de la noticia del hombre pisando la Luna, a Indiana Jones lo encontramos mayor, con una vida tranquila, quizás demasiado, algo aburrido pero sobre todo cansado, o sea es un hombre de unos 80 años muy bien llevados, eso sí. Y entonces aparece ella, Helena (Phoebe Waller-Bridge), la hija de su viejo amigo Basil que le pide ayuda para recuperar y completar el famoso Dial del Destino, un artefacto cuyo poder hasta el momento es inimaginable.

Este es solo el principio de una película que, como es de esperar, tiene muchas aventuras, viajes, persecuciones insólitas. Y sin embargo, también tiene muchas sorpresas que no conviene adelantar, una con un fuerte componente fantástico que llama la atención.

La presencia de un Harrison Ford siempre vigente, la música imprescindible de John Williams (quien se supone que se retira tras este trabajo, una digna despedida), el amor por el cine del maestro Spielberg, la frescura de un rostro joven y carismático, son algunos de los elementos que hacen que la película sea un disfrute. Es difícil pretender que esté a la altura de una trilogía a la que Spielberg le imprimió mucho amor y oficio pero lo cierto es que Mangold es un alumno que cumple con sus tareas.

En el medio de esas dos horas y media quizás se pierde entre tantos personajes (la participación de Antonio Banderas queda un poco desaprovechada), algunos de ellos bastante esquemáticos, demasiada rapidez entre las escenas, pero nunca pierde el ritmo ni se desengancha de la aventura y cuenta con elementos que siempre se esperan en esta saga: componentes históricos, mitología, arqueología, acertijos, viajes internacionales, por tierra, por aire y por mar. La estructura del guion es bastante clásica en su forma, podría ser la de un videojuego también, por eso constantemente se pasa de una peripecia a otra.

James Mangold es un director que supo crear una filmografía que balancea superproducciones con algunas más modestas pero sin miedo a los géneros: Inocencia interrumpida, Identity, Walk the Line, 3:10 to Yuma, Logan, Ford V Ferrari. Hay alguien que sabe contar con la cámara, que sabe lo que el público quiere y acá se entrega con respeto a una saga que es parte de la cultura popular. Es cierto que hace bastante uso de los efectos digitales pero los combina con algo de artesanía y nostalgia y así consigue estar a la altura de semejante desafío.

Harrison Ford se despide de su Indiana Jones de una manera digna, con látigo y sombrero en mano y con la sensación de que todo camino sinuoso lleva a destino.

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