“Hell or Highwater” (Sin nada que perder): Caballos Salvajes

Me cuesta mucho ser objetiva cuando una historia me moviliza tanto como esta. “Sin nada que perder” es una montaña rusa hasta lo más hondo del alma del espectador con esta historia de un sistema hecho para despojarte de todo y el lazo inquebrantable entre dos hermanos. David McKenzie muestra con una maestría impresionante cómo orquestan un robo dos hermanos con el fin de pagar una hipoteca y poder salvar su herencia en Texas.
Los paisajes siempre son cautivadores ya que nos muestran los rincones más adorados de nuestro imaginario western, pero son usados con inteligencia porque en realidad nos muestra cuán enorme y hostil es este lugar lleno de polvo para nuestros personajes. El guion, ganador de la lista negra del 2012, es uno de los elementos de más valor en la obra final ya que los personajes poseen esta característica de estar siempre al borde del abismo y sin embargo ser funcionales a pintarnos este Oeste de Texas.

Sin diálogos excesivos, ni monólogos epifánicos, nos encontramos con el corazón en llamas de estos cuatro personajes: dos y dos, para mostrarnos un espejo y que no hay malos y buenos. Los hermanos Howard no tienen mucho en común. Tanner es un delincuente que apenas puede estar fuera de prisión y Toby fue desempleado de una extractora de gas. Cuando la madre de ambos muere, ya no parecen tener nada en el mundo más que la tierra que los vio crecer.
Del otro lado, Marcus, un épico Ranger en la piel dde Jeff Bridges, es un hombre viudo que solo le queda retirarse de su puesto, lo que implica quedarse también fuera del sistema. Con él, Alberto, un hombre con la paciencia y el afecto para poder siempre lidiar con la pedantería de su Ranger.

Entre el gato que no quiere cazar al ratón y el ratón que no tiene la confianza de poder salir victorioso, es donde se teje esta historia de diálogos contundentes y una violencia ante el hecho de sentirse un constante daño colateral. Mención aparte para la música, que se merece particular atención.
Entre la camaradería y la nostalgia, estos tonos de country nos pintan el polvo del campo. Sin dudas, uno de los mejores y más crudos relatos de este año.
Anexo de Crítica por Fernando Sandro
Sucede de vez en cuando, que, ante tanta corrección política, surge una película en temporada de premiaciones, que sigilosamente logra meterse entre las candidatas en varios rubros, incluyendo el de Mejor película; sucedió con Fargo, con Her, con Nebraska, por citar algunos casos; y es el caso de "Sin nada que perder", que, entre otras premiaciones y categorías, compiten en los Premios Oscar a Mejor Película.
Su director es David Mackenzie, de quien hasta ahora en nuestro país solo habíamos visto ese paso en falso que resulta ser Amante a domicilio; pero aun en aquella, cuando el delirio femenino maduro por Ashton Kutcher se corría, podíamos ver una subtrama sobre una sociedad en decadencia moral y económica.
Esa misma decadencia, mucho más explícita y corrosiva es la que expone el guion de Sin Nada que perder, firmado por Taylor Sheridan (Sicario). Tanner Howard (Ben Foster) acaba de salir de prisión y se topa con la dura realidad del contexto, las oportunidades se acabaron para todos.
Decide regresar al hogar de su familia para encontrarse con su hermano Toby (Chris Pine), separado con un hijo. Mamá Howard acaba de fallecer y el plan de Toby será dejar en herencia a su hijo el terreno familiar en el que parece, hallaron petroleo. Pero hay un problema, las famosas estafas que los bancos realizaron con las hipotecas que desataron la crisis de 2009 y aun hoy pesan.

Tanner y Toby deciden unirse en un raid delictivo para juntar el dinero que les permita saldar la hipoteca, y lo harán robando sumas mínimas, sin violencia mayor, en las sucursales del mismo banco que los estafó. La otra arista de esta historia estará en los dos policías, Marcus Hamilton (Jeff Bridges) y Alberto Parker (Gil Birmingham), que investigan el caso del robo a los bancos e intentan darles captura a los ladrones.
Las áridas locaciones de Texas servirán de contexto para desplegar una historia en la que no parece haber buenos y malos, cada uno arrastra su desgracia y puede hacer daño en busca de su salvación. El desarrollo será similar al de una road movie sin necesidad de un gran despliegue, más centrado en una correctísima creación de personajes.
La historia avanza de modo lento pero contundente, haciendo que nos compenetremos con cada uno de ellos. En esta creación de personajes, las interpretaciones juegan un factor fundamental y los cuatro dan todo de sí. Entre Foster y Pine hay química de hermandad, rivalidad y dolor, son opuestos y son iguales; los actores se comunican con miradas y componen sus personajes detalladamente llevándose puros aplausos.
En el juego entre Bridges y Birmingham, claramente el guion inclina la balanza hacia Bridges quien compone a un policía a punto de retirarse, rencoroso, xenófobo e irascible, actuando como una suerte de comic relief tan efectivo como incómodo; el actor de Trom lo compone con esa naturalidad tan propia desde su creación para Crazy Heart.

Birmingham actúa como co-equiper, y no desentona. Es difícil ponerse en el lugar de Tanner y Toby, su justicia hará sufrir a otros, pero también, en su camino, ayudan a quienes se encuentran pasando circunstancias similares a las de ellos, actuando una suerte de redención invertida.
Asimilarlo al film argentino de Marcelo Piñeyro que da título a esta reseña no costará demasiado, aunque en el caso de los personajes de Sbaraglia y Alterio la balanza estaba mucho más inclinada y no se llegaba al nivel de corrosión social que presenta el guion de Sherydan. Todo es preciso, y juega su rol para que no podamos despegar los ojos de la pantalla.
Desde una fotografía socia y paisajista, un montaje suave y ágil sin recaer en momentos abruptos, hasta una banda sonora que acompaña perfectamente la situación en cada momento. Simplemente no hay fisuras.
Uno sale de ver Sin nada que perder con una profunda amargura, pero no por haberse cruzado con un producto fallido, todomlo contrario, porque Mackenzie y Sherydan logran traspasarnos toda la realidad palpable que quieren demostrar, de modo asertivo y contundente, sin dejar lugar para los grises y las medias tintas. Un hermoso mazazo, eso es sin lugar para los débiles, y ojalá se lleve cuento premio se le cruce por delante.
