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“Hector and the search of Happyness” (Héctor, en busca de la felicidad): El atlas de la autoayuda

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Simon Pegg se hizo conocido en el mundo del espectáculo por el humor satírico de series de TV como Spaced y el salto al cine con el mismo equipo en Muertos de risa. Claro que el éxito rotundo de esta lo hizo, no solo profundizar el trío formado con Nick Frost como co-equiper y Edgar Wright en la dirección, sino que pronto captó la atención de Hollywood para llevarlo hacia otros terrenos, los suyos.

Así, llegamos a un film como Héctor, «En Busca de la Felicidad», sin ningún rastro de lo que fue Simon Pegg, ni siquiera el de Corre, Gordo, Corre. Dirigida por Peter Chelsom (realizador fascinado por los films por encargo), hablamos de una tradicional comedia dramática, en el más flojo de los sentidos. Pegg es el Héctor del título (a no confundir, ningún parecido con «El misterio de la Felicidad», argentina) un psiquiatra (más bien parece un psicólogo), frustrado en su carrera y en su vida que decide darle un giro a la misma – a la carrera y a la vida – emprendiendo un viaje alrededor del mundo buscando aquello que lo haga feliz, el misterioso secreto de la felicidad… bueno sí, me retracto, es parecida al espécimen de Burman de 2014, pero aleatoriamente digamos.

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Héctor abandona todo y se va de viaje con varias paradas por distintas partes del globo, y en cada parada algo nuevo lo espera… porque sí, porque lo dice el guión y porque como es psiquiatra la gente con problemas se le arrima. En este deambular por distintos parajes y distintos personajes (que no los revelaremos acá, porque sino arruinaríamos el mínimo chiste del asunto) aparecerán varios rostros reconocibles, como el de Rosamund Pike, Jean Reno, Toni Colette, Christopher Plummer, Stellan Skarsgård, Ming Zhao, todos en roles encasillados y sin demasiado vuelo.

Basada en la novela “Le voyage d’Hector ou la recherche de bonheur” de François Lelord, no hay que ser muy avispado para notar desde el minuto cero sus descaradas intenciones de manual de autoayuda. Todo suena a lavanda y vainilla, como si la película se posase sobre nubes y algodones. Abundan los consejos al espectador y las frases obvias de sobrecito de azúcar. Por supuesto, como sucedía con «Comer, rezar, amar» (a la cual esta película debe mucho al igual que a «La vida secreta de Walter» Mitty), la idea que nos queda en la cabeza es que para encontrar la felicidad que nos haga plenos hay que contar con mucho pero mucho dinero, por lo menos el suficiente como para viajar por varias paradas del mundo sin hacer nada productivo.

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El resto, bueno, a ajustar los cinturones y al hecho pecho. Pegg luce realmente incómodo con el personaje que le toca en cuestión, no encuentra química con ninguno de sus partenaires momentáneos, y si bien no podemos decir que no cumpla una correcta labor actoral, cumple a raja tabla y muy lejos de la chispa a la que nos tiene acostumbrado. Peter Chelsom está más acostumbrado a este tipo de cuentos de vidas felices con moraleja, un poco más un poco menos, todos sus films han tenido algo de autoayuda, solo que a veces le sale encantadoramente bien (como en Señales de amor) y otras todo lo contrario.

En un punto de comparación, Héctor… es su film que más se le parece a El Poderoso, aquel film con Kieran Culkin como un niño sabio de la vida. ¿Podrán disfrutarla quienes gusten de ese tipo de literatura y cine consejero? Escapa a mis habilidades deductivas, puede ser. Como producto cinematográfico puro que me toca analizar, Héctor, «En Busca de la Felicidad» es un film que hace agua por varios flancos, como si fuese poco, alcanza las dos interminables horas de duración. Luego de esa maratón turística, uno ruega por favor, volver a poner los pies sobre la tierra.

Anexo de Crítica por Rolando Gallego

Como un recordatorio de aquello que siempre tiene que suceder para que de alguna manera una persona cambie «Héctor en busca de la felicidad» funciona como filme de autoayuda del nuevo siglo y, excepto algún juego con trazos gráficos y paneos, su discurso atrasa. Adaptando el best seller de François Lelord del mismo nombre, el director apela a un relato lineal divido en dos partes inseparables entre sí.

La primera se relaciona a la presentación del personaje, Héctor (Simon Pegg) un aburrido y organizado psiquiatra que ve como su mundo de obsesivo orden y control se desmorona cuando entiende que en esa apariencia de perfección de su vida junto a su mujer (Rosamund Pike) no hay nada que lo complete y lo haga feliz. Toda esta primera etapa del filme, llena de una mirada cómplice acerca del obvio aburrimiento del protagonista, de la marcada actividad y rutina que posee, en el fondo es mucho más honesta que la segunda.

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Esta otra parte se inicia luego que Héctor tenga una epifanía que lo obligue a cambiar o directamente a seguir en un camino seguro hacia un ACV y perderlo todo. Es así como decidirá viajar alrededor del mundo para descubrir qué hace feliz a la gente para en el fondo también poder descubrir si él alguna vez lo fue o lo podrá ser. En ese viaje iniciático y revelador, que irá acompañado por la escritura de un diario con máximas que proclamen algunos puntos para encontrar la felicidad Héctor profundizará sobre aquello que de su pasado le imposibilita disfrutar de la vida.

En la apariencia casi perfecta de su mundo en la ciudad y en la negación de una relación sincera con su mujer, Héctor creerá encontrar en cada paso que dé una solución para ser él mismo feliz. El mundo exterior cono lienzo impoluto y él como hacedor de un nuevo camino, que claro está lo acercara nuevamente a su mujer y pacientes, terminan por disolver la originalidad de la propuesta inicial.

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Excelentes secundarios acompañan a Pegg (Christopher Plummer, Toni Collette, Jean Reno, Stellan Skarsgård) pero así y todo el filme nunca logra levantar vuelo y termina cayendo en una serie de lugares comunes y de golpes bajos (innecesario el secuestro de Héctor en África, en contraste con el ideal de vida de Los Ángeles y China).

“Héctor…” podría haber sido una comedia con “mensaje” muy entretenida, pero cuando se pone seria para intentar exigirle a su personaje principal un esfuerzo por cambiar la esencia con la que se lo había presentado (y que justamente lo hacía único) todo se hace complicado y muy cuesta abajo.

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