“El Maltrecho”: Isósceles

Ha llegado a cartelera una nueva película de Ernesto Aguilar. A esta altura, esa sola frase ya debería significarnos algo.

Habiendo dirigido su primer film en 1999 (en realidad en el período entre 1996 y ese año), a la actualidad lleva quince largometrajes en su haber, a lo que hay que sumar algunos cortometrajes en una etapa previa. Sí, Aguilar es uno de nuestros realizadores más prolíficos (sino el más) de la actualidad.  Pero ese solo dato no hace su fama; su modo de producción totalmente independiente; la variedad de géneros y temáticas; y la singularidad de que, guste a quien le guste, el hombre tiene marcas propias.

De su mano, este año ya pudimos ver la extravagante Lisa; ahora es el turno de otro giro conceptual, con El Maltrecho, un drama, con elementos de thriller, carga social, y mucho de comicidad.

Tres personajes, Paulo (Juan Martín Bentolila), Cecilia (Cecilia De Maggio) y Gabriela (Giulieta Espinoza), no necesita de más para crear un triángulo de poder, de amor, maltrato y humillación.

Gabriela y Cecilia están esperando la habilitación para abrir una verdulería en la vieja casona en la que conviven. Ellas son pareja, y desde el primer momento sabemos que Gaby es la dominante (hasta tenemos la posibilidad de observarla como dominatrix).

Con las chicas trabaja Paulo, en las refacciones del lugar. Él es en extremo introvertido, está enamorado de Ceci, al punto de negarse a ver el vínculo de lesbianas.

Entre los tres se crea una tensión palpable. Paulo es presa de la humillación constante de Gaby que elige, entre otras vejaciones, llamarlo Quasimodo en lugar de su nombre. Pero también es víctima de Ceci, que lo seduce, se muestra compasiva, pero se burla de él y observa conscientemente los tratos de su pareja.

Estos hechos, presentados como suertes de viñetas sueltas de una cotidianeidad, se irán acumulando como la pólvora en una bomba, como un hilo fino que sabemos terminará cortándose; el punto es ver cuál de las aristas presentará el quiebre o llevará la situación al extremo.

No es tarea sencilla analizar los elementos del cine de Aguilar, con una puesta que juega en el límite de lo consciente y lo involuntario.

Sobreabundan los detalles. Algunas de las frases que podemos escuchar en boca del trío son del calibre de “Sos elegante, erecto, como esta batata”, “Le voy a poner Paulo, en honor a Paulo” (en alusión a un cachorrito), “Hoy Cecilia me trajo un Yogurt”, “La voy a invitar a tomar un helado, de Sabayón o Crema al Whisky”, entre otras. La duda sobre la seriedad con la que estas frases fueron escritas en el guion existe. Sea un traspié o un acto deliberado, lo cierto es que surgen efectividad, de alguna forma terminan convirtiéndose en un atractivo. La presencia de un libro cuyo título es “Supérese a usted mismo, o jódase” parece aclara el panorama hacia lo intencional.

No hay tanta seguridad respeto a algunos detalles desde lo técnico, abruptos cortes en negro, momentos de sonidos sordos que cortan el sonido ambiente, lentes que se ajustan en medio de una escena sin ser eliminado el cuadro en el montaje, actores que miran a cámara, y hasta una taza de té notoriamente vacía. Son ítems que suenen negativos desde la individualidad, pero sumado a lo inverosímil de esos diálogos y otros monólogos “espontáneos”, transforman al producto en un elemento llamativo o curiosos de apreciación.

El cine de Ernesto Aguilar, a instancias de su cuantiosa filmografía, tiene un público que le es fiel y celebra lo remarcado arriba como marcas propias, acaso es una declaración de principios o una referencia que lo hace único. Desde hace varios únicos encontró en el Artecinema de Constitución un punto de encuentro marco ideal para sus seguidores.

El Maltrecho tiene tensión, una historia que pareciera pequeña pero que engloba algún encuadre social acertado (hay que ver un pseudo monólogo de Gaby diario Clarín en mano), un tono que se anima acercarse a lo sucio y humilde sin condescendencias (como mucho del cine de su director), y un puñado de detalles que a fuerza de voluntad resultan bien simpáticos. La tarea parece estar lograda una vez más. 

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