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«Diana»: un amor plebeyo

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Año de biopics. Muchas. Algunas con mejor resultado que otras. Aún estoy pensando en qué lugar ubicar a “Diana”(Inglaterra, 2013) de Oliver Hischbiegel (“La Caída”) que plasma los últimos dos años de vida de la princesa Lady Di y sus avatares amorosos post separación del príncipe Carlos.

Diana, magistralmente interpretada por Naomi Watts (¿otro nombre para el Oscar?), arranca con una soberbia escena inicial en la que nunca vemos el rostro de la actriz y sí a Diana Spencer caminando dentro de una habitación de hotel, de espaldas a cámara, hasta que sale de la misma y camina por un pasillo, acompañada por sus guardaespaldas. Allí la cámara se detiene y retrocede como para buscar algo olvidado y el director se traslada al pasado y la vemos lidiando con su soledad (obviedad de ponerse a escuchar diegéticamente el tema “All by myself”) y las “injusticias” que la prensa dice sobre ella.

Diana es madre, pero hasta casi el final de la cinta nunca la vemos con sus hijos, esos hijos por los que tanto peleó para poder seguir asistiéndolos y acompañándolos a pesar de la reticencia de la realeza en su intento de tener una familia, “nunca fui aceptada por una familia” dice, pero tampoco este valor se lo construye en el film

.»Nuestro matrimonio era de tres” le dice en una entrevista a la BBC, la misma entrevista en la que afirmó haber tenido problemas de alimentación y autoflagelarse. La realeza y la gente se paralizan.

Pero Diana es bella, es joven, y a pesar de seguir en el ojo de la tormenta quiere rearmar su vida. Sabe que le va a costar mucho, porque obviamente no puede como cualquier mortal común ir a tomar algo con alguien o ir a un lugar a distenderse y conocer gente.

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Pero un día por casualidad y luego de la internación del marido de Oonagh Toffolo (Geraldine James) conoce a Hasnat Kahn (Naveen Adrews, mundialmente conocido como Sayid de “Lost”) un cirujano por el que se enamorará perdidamente.

Las idas y venidas entre ambos (“te quiero pero no puedo estar contigo y con todo el mundo”) y los planteos que le hace Diana, emparentan este biopic con las más cursis telenovelas de la tarde o con, hasta cierto punto, “Notting Hill”(USA/Inglaterra, 1999) en esto de persona famosa y persona común que intentan armar su vida juntos.

La puesta en escena, la dirección es chata, simple, no hay vuelo. Es una película más dialogada que “actuada” en el sentido de “acción”.

En la progresión Kahn no quiere exposición, y aún habiendo ido Diana a conocer a su familia en Pakistán, y de caerle bien hasta a su madre (siempre hay que caerle en gracia a la suegra) decide dejarla.

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Diana se enfoca en la caridad “sean generosos, hay miles de personas que necesitan de su generosidad” y se va de gira por el mundo para ayudar a los más vulnerables. Los flashes, el lujo, los vestidos glamorosos, la TV, los paparazzis, todo la hace pensar aún más en Kahn.

Para olvidarlo acepta una invitación del multimillonario Dodi Al-Fayed (Cas Anvar). Y ahí comienza otra película. Una en la que Diana es mostrada como manipuladora y calculadora, digitando a la prensa para lograr celos en Kahn e invita a fotógrafos a que la capturen en los yates de Fayed tomando sol o acariciándolo. La “princesa del pueblo” se quiebra, es tapa de todos los periódicos sensacionalistas pero lo único que desea en el fondo es la aceptación de Kahn.

El final ya es conocido por todos. “Diana” vale la pena por la actuación de Watts, una actriz que ha demostrado en sus últimos papeles (“Lo Imposible”, “Promesas del Este”, “Funny Games”) una entrega total en la interpretación. Si ella no estuviera quizás “Diana” no sería el film que se merecería “la princesa del pueblo” y bien podríamos estar viendo alguna novela vespertina.

Anexo de Crítica Rodrigo Chavero

Naomi Watts tomó una apuesta arriesgada. Diana es venerada en Gran Bretaña y cualquier acercamiento a su figura, siempre iba a ser sujeto de discusión, debate y controversia. La verdad, debo reconocer que esperaba un enfoque distinto a su figura, pensando que Oliver Hirschbiegel (el director de la monumental «La caída») estaba acostumbrado a conmover y perfilar sujetos de manera muy personal.

Es importante saber que no es esta, una biopic convencional. No hay muchos hechos políticos descriptos con detalle y particularmente, se centra en los dos últimos años de la vida de la malograda Princesa de Gales y su supuesto romance con el cirujano paquistankí Hasnat Khan (Naveen Andrews).

El guión de Stephen Jeffreys está basado en el libro de Kate Snell que, debo decir, se aleja de la mirada política y se centra en la cuestión íntima e invisible (para la gente) de la vida de Diana. Lo que la historia intenta plantear (de manera larga, a veces tortuosa aunque con un prolijo encuadre visual) es que la plebeya más famosa del siglo XX la pasaba mal y estaba muy sola. Elemento, que quien incluso superficialmente está en tema, conoce, y muy bien.

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La vida de Diana era vacía, desde los afectos y rica en eventos sociales. Lo que la cinta presenta es que su relación con Khan le dio impulso para modificar en cierta manera su forma de encarar la opinión pública y usar la prensa a su favor en temas delicados, como el tema de la recuperación para la agricultura de tierras minadas.

Debemos decir que Naomi está muy bien (es un actriz magnética, convengamos), y Andrews la acompaña con solvencia. El problema es que siendo Diana quien era, la novela color rosa que presenciamos es bastante convencional y previsible. Hirschbiegel desperdicia una gran oportunidad, al atarse mucho al guión y dejar de lado las complejas implicancias entre la Corona y su grupo de asesores. Quienes hemos visto otras biopics de la misma persona, sabemos que ahí hay todavía mucha riqueza para analizar.

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Ese costado, aquí, está ausente. En ese sentido, «Diana» aporta poco a su figura y si no estuviera Watts al frente del elenco, me atrevería a decir que es sólo una discreta historia de amor entre dos personas de distinta clase social (lo cual, es poco, teniendo en cuenta las expectativas que teníamos). Otra vez será.


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