
«Cuando acecha la maldad»: Terror rural argentino

Hace unos años, Demian Rugna estrenó Aterrados, una película de terror chiquita y efectiva que tuvo un paso bastante bueno por salas pero que se popularizó más cuando llegó a Netflix. De repente una película de género llamaba la atención desde nuestro país, atención que llegó hasta nombres como Guillermo del Toro. Con esta nueva película, Rugna demuestra por un lado, que lo de Aterrados no fue un éxito aislado y por el otro que sigue siendo posible hacer buen cine de terror en nuestro país cuando hay buenas ideas y un conocimiento del género. También que hay detrás un realizador con conocimiento y amor por el terror. Como si con esto no fuera suficiente, viene de muy buen boca a boca a nivel internacional y acaba de ser la primera película argentina en alzarse con el premio mayor en la historia del Festival de Cine Fantástico de Sitges.
Cuando acecha la maldad está escrita y dirigida por Rugna y protagonizada por rostros del género local como Demián Salomón y Ezequiel Rodríguez. Como en Aterrados, la trama es bastante simple como para que los personajes comprendan rápidamente el terror en el que se ven envueltos, un terror creado con mucha eficacia, manteniendo la intriga desde el primer minuto y consiguiendo sobresaltos y sorpresas hasta el momento final. Acá hay quizás un mayor y mejor desarrollo de personajes y lo rural ayuda a generar esta idea de un mal que se esconde a la vista de todo, bajo lo que resulta familiar.
En esta película del llamado folk horror, Pedro y Jimi son dos hermanos que viven solos en medio del campo. Con el tiempo comprendemos un poco más de la historia de cada uno, como el matrimonio de Pedro que no funcionó y que lo tiene hoy alejado de sus hijos a tal punto de que su ex mujer le puso una perimetral. Una noche escuchan tiros, realizan una exploración por las tierras al día siguiente en la que descubren restos humanos, y una casa pequeña y alejada con una madre y un hijo que resguardan a un «embichado».

De a poco y a medida que sus personajes intentan librarse de esa especie de endemoniado, Rugna va desarrollando un poco su mitología, con sus propias reglas. La cuestión es contener, que no se expanda. En la ciudad todo se propaga con mayor rapidez; en el campo, en ese pueblo pequeño donde nunca pasa nada, todavía se puede estar a salvo, quizás haya oportunidad de aislarlo, alejarlo. Pero el verdadero corazón de la historia está en los vínculos familiares, vínculos en los que uno se apoya y confía. ¿Qué pasa entonces cuando algo se quiebra, cuando dejan de ser quiénes creíamos que eran?
Hay también un juego muy interesante con las niñeces. Aquí a los niños se les debe tener más miedo que piedad. No hay tabúes. En este punto, hay un par de escenas muy sorpresivas, que pueden resultar fuerte para los más sensibles.
Más allá de este dúo masculino como protagonista, pronto aparecen dos personajes femeninos que funcionan un poco como guías. Sembrando las reglas, iluminando el sendero.
Lo religioso, la idea de rebaño perdido en que se ha convertido la humanidad, quizás no se termina de explorar o profundizar. Al igual que sus personajes, una como espectadora se introduce en la historia sin muchas vueltas, se deja convencer por lo extraordinario sin cuestionar demasiado al respecto. Porque la cuestión es otra: encontrar una salvación, una salida. La posesión demoníaca como una enfermedad que no tiene cura.
Escenas crudas, sórdidas, mucho gore. Más allá de lo impresionable, el terror es siempre palpable en la atmósfera, aun en momentos cuando aparecen las necesarias pizcas de humor. La sensación de que todo está perdido, de que cada vez es más difícil luchar con lo inevitable. Lo rural le sienta perfecto a ese clima de desolación y desesperanza con el que se va tiñendo la película. La tensión se instala desde el primer momento y no se pierde hasta el final.
El cine de terror respira y está más vivo que nunca.