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«47 Ronin»: Fábula occidental sobre Oriente

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Con un arranque visual impactante, casi un comic hecho película, “47 Ronin”(USA, 2013) del debutante Carl Rinsch, prometía mucho. Pero la potencia de esa secuencia inicial y la siguiente (en la un animal que arrasa con todo y todos), va perdiendo fuerza con el correr de los minutos. Ni la utilización del 3D suma a esta película sin alma un poco de desafío y riesgo.

¿De qué va “47 Ronin”?. El protagonista es un “mestizo”, Kai (Keanu Reeves), que intenta encontrar su lugar en un organizado grupo de Samuráis “puros”. Por el sólo hecho de no ser pura sangre, excepto su gran amor Mika (Kō Shibasaki, de “Battle Royale”), todos, lo rechazarán. Pero esto no será un impedimento para él, que intentará superarse y avanzar en el camino del aprendizaje del samurái y en el de la vida en general.

Durante una lucha en un torneo real, al cual llegará el Shogun de otra ciudad, Kai reemplazará a un guerrero envenenado por la estilizada y malévola bruja Mizuki (Rinko Kikuchi), pero al ser descubierto pagará el señor de la aldea con su vida por la vergüenza que le hizo pasar a los suyos y al propio visitante.

Ahí comienza una segunda película, no sólo la tragedia de un paria intentando encontrar su lugar, sino una de venganza, en la que Kai y Oishi (Hiroyuki Sanada) buscarán revancha y se entremezclarán con los samuráis que dan origen al título de la cinta para poder recuperar las tierras y el poder que el Shogun otorgó al malvado Lord Kira (Tadanobu Asano).

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En “47 Ronin” los malos son muy malos y los buenos son muy buenos, y eso atenta al verosímil del filme. Las actuaciones medidas y hasta correctas de los protagonistas tampoco aportan vuelo a esta adaptación de una clásica leyenda japonesa, la de aquellos guerreros que lucharon por los suyos hasta las últimas consecuencias.

Con una puesta en escena básica y un armado de las secuencias de acción clásico, excepto algunas escenas oníricas y la animación que logran impactar más allá del tedio general que produce la película, todo se desvanece. Sólo en el personaje de Kikuchi, el más atractivo visualmente, hay un intento por construir algo en cada una de las intervenciones que realiza.

Mizuki es una medusa seductora, una loba voraz, que sólo tiene una cosa en mente, las ganas de matar por placer y llevar al “lado oscuro” a todos.

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“47 Ronin” por momentos se asemeja a una telenovela, con tópicos, que fuera de la investidura samurái, bien pueden ser trabajados por este tipo de envíos. A saber: expulsión del diferente, amor imposible, galán sometido, heroína atravesada por la desgracia, villanos que buscan impedir el encuentro de los amantes, luchas por riqueza, etc.

Pero la película no es una telenovela y más allá que en algunas secuencias se busca impactar con la utilización del 3D, y retomar la lábil historia que va construyendo, su principal dificultad radica en la imposibilidad de encontrar el rumbo durante los casi 120 minutos de duración, que bien podrían haber sido muchos menos y más entretenidos.

Anexo Crítica por Fernando Sandro

No por nada se considera a la cultura occidental como avasallante. Predominante en cuanto a masividad, siempre se las arregló para “adaptar” relatos provenientes de otras cultural, las orientales, a su modo y gusto. En el cine Hollywood porta esta bandera y podemos hablar desde las remakes de películas de terror asiáticas (la mayoría de ellas con parte de sus historias ocurriendo en su país de origen), hasta films de artes marciales (transportando a sus máximas estrellas y directores).

Los films de Samurai siempre han sido un atractivo, los más reconocidos directores de Asia han utilizado esta temática para hablar de su cultura y sus valores. Hollywood también arremetió contra ellos, ya sea convirtiéndolos en westerns o colocando a uno de los suyos en tierras orientales. Este último es el caso de 47 Ronin, ópera prima de Carl Rinsch.

Un mestizo llamado Kai (Keannu Reeves) intenta formar parte de una legión de Samuráis, pero es rechazado de plano. Sólo Asano el líder y Señor de la aldea en que habita (Min Tanaka), y su hija enamorada (Kô Shibasaki), parecen aceptarlo y lo toma como su mentor.

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Pero las cosas comienzan a complicarse, durante un torneo organizado por el Shogun (Cary-Hiroyuki “Shang Tsun” Tagawa), se harán presentes Kira (Tadanobu Asano) Lord de otra aldea y la pérfida bruja y secuaz Mizuki (Rinko Kikuchi). La bruja primero envenenará a un guerrero y Kai lo reemplazará ante la negativa de todos, luego envenena a Asano haciendo peligrar la unión del Imperio por lo que pagará con su vida.

¿Qué es lo que queda? Los Samuráis de Asano serán desmembrados (no literalmente) como grupo y Kai será expulsado por los mismos. Pero luego, cuando uno de ellos, Ôishi (Hiroyuki Sanada) quiera rearmar el grupo buscará al mestizo para juntos tomar venganza.

La historia de los 47 Ronins (Samuráis desterrados) es una leyenda popular del Japón antiguo, pero lo que la película hace es quitarle todo tipo de visión referida a la verdadera cultura del país. Lo que en manos de maestros como Akira Kurosawa, Hiroshi Inagaki, o Kaneto Shindo eran complejas historias de honor, valentía y contemplación, queda reducido a un entramado muy simple enrarecido (el argumento no se entiende con claridad), plagado de efectos digitales, escenas de acción con virtuosismo de cámara lenta, y personajes lineales en donde el bueno es bueno y el malo malo, como en una serie de dibujos animados.

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Con frases grandilocuentes como “la historia de los 47 Ronin cuenta la historia de todo Japón”, y resoluciones simplistas al extremo; tampoco logra lucirse en lo estético con grandes escenarios y vestuario deslucidos con una pobre fotografía y un casi nulo uso del 3D.

Keannu Reeves tiene carisma y es de esos actores inimputables, quizás verlo a él sacando su costado oriental y reconocer a algún actor de algún film clásico de Asia, sea uno de los pocos alicientes de 47 Ronin, un film que tenía las armas para ser mucho más de lo que es, y al cual su visión cosmopolita lo termina traicionando.

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