«Queer»: El deseo y la soledad

Parte del equipo de Challengers: el director Luca Guadanigno, el guionista Justin Kuritzkes , el director de fotografía Sayombhu Mukdeeprom y los músicos Trent Reznor & Atticus Ross, se reunieron y estrenan en el mismo año Queer, adaptación de Burroughs que cuenta con el protagónico de un cautivante Daniel Craig.

William Lee pasa sus días inmerso en el humo de cigarrillos, vasos de alcohol e inyecciones de heroína. Los combina con algunas conversaciones con otros exiliados como él y algunas conquistas efímeras de muchachos jóvenes. Hasta que conoce a Eugene, un cautivante Drew Starkey. Eugene lo fascina, no puede dejar de mirarlo y desearlo pero se acerca con cierta cautela y con ella misma es que compartirán la mesa de esos bares calurosos. Porque lo observa y lo escucha y desea tocarlo, aferrarse a él, pero teme perderlo antes de tenerlo. Cuando la relación entre ellos dos cobra forma, o eso quiere creer Lee, lo invita a un viaje a Ecuador al que Eugene no se puede resistir y la película se sumerge en los mares del surrealismo cuando consumen ayahuasca.

Todo en Queer es desbordante, intenso. Así vive Lee esos días de aparente quietud, como detenido en un tiempo impreciso. Por eso puede sonar una canción de Nirvana para musicalizar una escena que sucede en México en 1950 mientras Lee siente casi deshacerse de deseo por el joven Eugene. Guadanigno vuelve a confirmarse como un realizador que indaga y retrata todo lo que concierne a éste, lo excitante de esa primera etapa, cuando se materializa aquello que se deseó, y lo que queda después, que a veces es algo parecido al vacío, como cuando se baja de una droga que te subió alto.

Las alucinaciones, los sentidos desbordados, van de menos a más a través de cada capítulo en el que está dividida la película. En algún momento todo se tornará demasiado extraño y surrealista, con ecos de horror. En ese viaje selvático aparece Lesley Mansville como una especie de guía espiritual, por cierto acompañada por un joven hombre interpretado ni más ni menos que por Lisandro Alonso, sí, el director argentino (no es el único argentino que aparece con una pequeña participación: también se puede ver a Andrés Duprat, el director del Museo de Bellas Artes).

Hay mucha coherencia en la filmografía del director italiano, que desde Call me by your name ha cautivado público y crítica y fue explorando, muchas veces también a base de adaptaciones literarias como estos casos mencionados, el cuerpo y el deseo en todas sus formas y mutaciones. «Incorpóreo», se define en algún momento Lee y es que se trata de un director que apuesta mucho a lo sensorial (Challengers pasa mucho por ese lado también, con un erotismo que trasciende los cuerpos).

La interpretación de Daniel Craig, tan alejado del James Bond que lo ha posicionado, es maravillosa, muy sentida. El actor se entrega sin miedos a un rol difícil y evita caer todo el tiempo en la caricaturización. Su vulnerabilidad, ese observar al otro esperando que nos ame, que se entregue del mismo modo en que uno está entregado, que los dos cuerpos se hagan uno, se complementen… Craig es capaz de transmitir todo eso y más, en esa mirada lasciva de ojos tristes, en esas manos que se muere por arrojarlas al cuerpo de su deseo; Guadagnino encuentra una manera hermosa y demoledora de transmitir esas ganas e imposibilidad de tocar al otro con una sobreexposición entre esas imágenes que podrían separarse entre expectativas y realidad.

Craig, Guadagnino y equipo retratan y homenajean a William Burroughs. No se trata de ninguna imitación, es un sumergirse dentro de un autor inclasificable. Queer es divertida, excitante, romántica, deslumbrante pero también rara, desoladora, triste. Es la historia de un viaje, y no solo de drogas. Un viaje físico, un viaje espiritual, un viaje a lo profundo de uno mismo. Por eso es tan visceral, porque a veces nada duele más que escarbarse a sí, aceptarnos con todo eso que cargamos por dentro.

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