
«Nuestra parte del mundo»: Escena de un matrimonio

Diez años después de El incendio, Juan Schnitman recupera a uno de sus personajes protagonistas junto al actor Juan Barberini para retratar otro momento definitivo de su pareja. Ahora casado con Jazmín, interpretada por Margarita Molfino, con quien tiene un hijo pequeño, Schnitman recupera también la claustrofobia, el asfixio que se crea en el medio de dos personas que tuvieron una historia que ahora empezó a resquebrajarse y solo parece esperar terminar de romperse en astillas.
Narrada a lo largo de una noche, una madrugada en la que ambos se preparan para viajar al interior a pasar por última vez las fiestas junto a la familia como el matrimonio que supieron ser. Solo ellos dos saben que se están separando, tampoco lo sabe el hijo pequeño, que duerme en su cuarto pero cobra una presencia cada vez mayor. Aunque no lo veamos, empezamos a conocerlo a través de sus huellas, desperdigadas por el departamento pero también marcadas en la piel de sus padres.
En esas horas previas al viaje, mientras preparan bolsos y dejan el departamento en condiciones para que se quede el hermano de él, las tensiones van creciendo pero también en esas conversaciones cotidianas afloran cada vez con más fuerza sus miedos, inquietudes, dudas, como pareja pero también como padres. Schnitman construye su película desde un guion muy preciso que quizás a veces se siente demasiado calculado y frío. Pero entre esas imágenes y diálogos aporta metáforas eficaces (la pieza que falta del rompecabezas como el centro) y consigue que cada detalle esté en función de la historia.
La película cuenta con una notable dirección de arte, creando un hogar verosímil y familiar. La noche que empieza a hacerse día se puede percibir a través de los colores y las luces. Y en el centro están ellos dos, los protagonistas que llevan adelante la historia de manera genuina, logrando transmitir todas esas emociones que afloran.
Si bien el clima es más bien asfixiante, hacia su tercer acto, cuando la luz del sol empieza a asomar y ellos empiezan a mirarse, a volver a mirarse y escucharse, la película gana calidez, diferenciándola de su predecesora. Porque Marcelo no es el mismo, no puede ser el mismo con cada pareja ni con la experiencia ganada a través de los años.
Lo incómodo se genera tal vez además por hacernos sentir tan adentro de esa intimidad, de esa cotidianeidad privada. Schnitman demuestra una vez más su habilidad para construir climas de encierro, con historias cercanas y distantes al mismo tiempo.