«La quinta»: Los inocentes

Dirigida y escrita por Silvina Schnicer, este primer largometraje que realiza en solitario es un drama oscuro sobre la niñez y las falsas nociones de seguridad.

Una familia llega a su quinta en las afueras de la ciudad para disfrutar de las vacaciones de invierno pero se encuentran con que la casa había estado ocupada. Preocupados por ese tema, por la seguridad y por la labor del casero sobre el que apoyan todas las miradas, sus tres hijos pequeños hacen las suyas, ajenos lo más posible a esta problemática. Juegan, erran por el barrio, se pelean y hacen travesuras… pero alguna se torna demasiado grande, demasiado terrible, y ya no puede ser considerada una simple travesura infantil. Lo que pretendía ser un descanso comienza a tornarse inquietante.

El padre, Rudi (Sebastián Arzeno) intenta solucionar el evidente tema de seguridad que el barrio está transitando y allí entran los vecinos y la posibilidad de tomar medidas mayores, lo que podría costarle el trabajo al joven Tomás. Su mujer, Silvia (Cecilia Rainero), permanece a un costado y sin intervenir demasiado pero su capacidad de observación la adentra en secretos de otros adultos. Los niños, en cambio, aunque ella les haga saber de manera directa que pueden hablar lo que sea necesario, están como en otro mundo, aislados, solos, cargando como pueden con el peso de sus decisiones, de sus secretos.

Los tres hermanos interpretados por Valentín Salaverry, Milo Lis (a quien vimos en películas como Goyo y Campamento con mamá) y Emma Cetrangolo son el corazón de una película fría, de climas densos y silencios ensordecedores. Tres niños que pierden la inocencia de una manera tan bruta y repentina que no pueden darse cuenta hasta que ya es demasiado tarde. El trabajo de y con estos chicos es notable, incluso uno de ellos es protagonista de una difícil escena nocturna que lo muestra como poseído.

Es que La quinta no es una película propiamente de terror pero se le acerca bastante. Porque como escribió Demian Rugna en la exitosa Cuando acecha la maldad, «A la maldad le gustan los niños y a los niños les gusta la maldad». ¿Pero se trata realmente de maldad? ¿Se es consciente a esa edad del verdadero significado de esos conceptos?

Schnicer rueda escenas entre sombras, o luces apenas y meticulosamente proyectadas, y sugiere más de lo que muestra. En ese universo donde los niños parecen vivir en un mundo distinto al de los adultos rememora a la película noruega The Innocents (De uskyldige), acá estrenada bajo el título de Poderes ocultos en referencia a sus componentes sobrenaturales. Schnicer no necesita acudir a lo fantástico: la realidad puede ser suficientemente aterradora y terrible. Ahí también se pueden ver los ecos de películas como las de Lucrecia Martel o Paula Hernández.

Siempre sin bajadas de línea ni subrayados, la directora y guionista además hace una radiografía de clases. El personaje del cuidador está todo el tiempo en la mira de los demás y es el primero sobre el que echan culpas. Si alguien entró a la casa y justo él no pasaba por ahí durante ese momento, o porque se incendia un galpón vecino que estaba descuidado y abandonado. Incapaces de mirar por fuera, de percibir que hay cosas más graves e importantes sucediendo por debajo de la superficie.

Atmósferas misteriosas, animales muertos, presencias casi imperceptibles y un silencio atroz son algunos de los elementos que hacen de La quinta una película intrigante y sugerente, hipnótica y fascinante, que expone los peligros de dejar a los niños solos y sobre todo de no prestarles atención, verlos, escucharlos, realmente escucharlos. Además cuenta con una fotografía y dirección de arte impecables. De esas experiencias que al terminarlas continúan creciendo dentro de una.

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