«Hombre muerto»: Promesas de progreso
Dirigida por Alejandro Gruz y Andrés Tambornino y escrita por este último junto a Gabriel Medina (director de Los paranoicos y La Araña vampiro), Hombre muerto es un western nacional rodado en La Rioja que cuenta con un destacable protagónico de Osvaldo Laport.
Un pequeño pueblo en medio de la nada, de esos lugares donde todos se conocen, apenas conectado con el resto del país por un ferrocarril. En sus afueras, un hombre de pocas palabras y algo tosco vive junto a su mujer embarazada, en una casucha sobreviviendo a base de lo que hay, que no parece mucho. La joven parece haber abandonado su familia por este amor, pero aún compran fiado en la despensa de su padre.
Osvaldo Laport interpreta a Almeida, este hombre conocido por todos en el pueblo al que han aprendido a aceptar como es, a relacionarse de la manera en que se puede, resignados a dejarlo ser; más que un vaquero, un gaucho. Hasta que el afuera se interpone: a Almeida un ingeniero poderoso le propone trabajar para él pero éste se niega y luego le es ofrecido otro trabajo por alguien más, uno al cual en algún momento le resulta más difícil negarse. No es el indudable buen pago el que lo lleva a Almeida a aceptar el trabajo, sino la imposibilidad de rechazarlo ante ciertos malentendidos. A la larga, él parece el hombre ideal, capaz de tener la fuerza y el valor necesario para llevarlo a cabo.
El trabajo en cuestión consiste en matar al ingeniero, un hombre, interpretado por Diego Velázquez (en un personaje muy distinto al que interpretó en otra película que «roba» algunos recursos del western: Las Rojas), al cual acompañará y aprenderá a conocer aun sin proponérselo. Hay algún indicio sutil sobre la época en que está situada esta historia (1983), pero en general luce bastante atemporal y menos precisa.
Hombre muerto es un western a la manera argentina pero con características propia del género: un camino a la aventura, escenarios áridos y sucios, enfrentamientos con pistolas o cuchillos, mujeres que acompañan en especial en lo romántico pero no interfieren más que lo necesario en este mundo de hombres. Pero más allá de una trama que carga con la muerte desde el título, a esta película se le impregna en todo momento unas dosis de humor mayores de las esperadas, lo cual resulta en algo extraño. Por momentos ese tono mixto ayuda a encariñarse con los personajes protagonistas (brillan Laport y Velázquez, en especial cuando están juntos) sin embargo descoloca en las escenas de mayor tensión que de pronto son interrumpidas por un gag.
Desde el apartado técnico, se trata de una película prolija que utiliza los recursos estéticos del western, como la fotografía de los planos generales o los americanos que ayudan a adentrarnos en esos escenarios áridos pero también a acompañar a sus personajes. Los actores, tanto los protagonistas como algunos secundarios donde destacan Roly Serrano, Daniel Valenzuela y Yanina Campos (como la mujer que es sostén y motor de Almeida) entienden la propuesta y se entregan con necesaria soltura. Sorprende la banda sonora con fuerte protagónico de jazz.
Hacia el final, la resolución abrupta y pesimista contrasta con aquella calidez que en algunas escenas más íntimas consiguen retratar. En el medio la trama se estanca y no consigue salir a flote con la misma fuerza con la que se plantea.
En definitiva se trata de un western criollo, una película interesante y arriesgada que explora el género y sus recursos en pos de contar una historia que nos resuene. Vale la pena acercarse a ella.