«Cuidadoras»: Tiempos compartidos

Dirigida y escrita por Martina Matzkin y Gabriela Uassouf, Cuidadoras es un documental que se rodó hace un par de años y se estrena en un contexto donde las cosas ya son muy distintas. Con centros públicos desfinanciados y sin cupo laboral trans, las historias que se retratan acá podrían haber sido muy distintas.

Con el Hogar Santa Ana de San Andrés como marco, Cuidadoras sigue a tres mujeres trans que trabajan en un hogar para ancianos. Ellas son Maia, Yenifer y Luciana. La cámara las observa en esa cotidianeidad junto a personas que, a diferencia de la expectativa de vida que tienen ellas, han vivido largos años. Algunos se encuentran en mejor estado que otros y  a lo largo del tiempo que se ha registrado se pueden vislumbrar tanto decaimientos como mejoras –como aquella última escena, que cierra el documental de una manera hermosa y optimista.

Al tratarse de un documental de observación, no hay grandes hitos dramáticos. Hay conversaciones entre ellas o con los internados, hay momentos de ocio como juegos de bingo o algún festejo por el aniversario del lugar, y algunos de un cuidado que nunca invade más de lo necesario (las directoras optan por mostrarlas pintando uñas, peinando, dando de comer, y no actos que podrían resultar más degradantes para quien llega a esa edad incapaz de realizar acciones de las más cotidianas e íntimas). Un mosaico de situaciones que no solo captan la cotidianeidad de estos escenarios que a veces queremos sentir lejanos, sino que va reflejando las diferentes maneras de cuidar y cuidarse.

Por ejemplo, cuando una de las cuidadoras comenta, en esos momentos de conversaciones que de a poco se van tornando más profundas sin que nos demos cuenta, que su pareja tuvo una situación abusiva para con ella, las señoras le aconsejan y permanecen preocupadas por el tema. Y lo hacen con mucha sabiduría y naturalidad. A la larga, trabajando allí terminan aprendiendo mucho más que de cuidado hospital.

Si bien la sombra de la muerte está siempre presente, porque es inevitable y porque las personas mayores nos recuerdan que alguna vez tendremos esa edad, la ternura que transmite la película la tiñen de una mirada esperanzadora. No se trata de evadir, al contrario, de enfrentar. Miedos, desafíos, la vejez, la vida misma.

Lo que termina de intensificar el componente agridulce es la realidad tan distinta en la que la película logra estrenarse. Con mujeres trans con pocas posibilidades de acceder a trabajos por fuera de la calle e instituciones públicas desfinanciadas que se mantienen por la labor desinteresada y el amor de quienes trabajan por vocación.

Una película que vale la pena ver y debatir a su alrededor. Una mirada intimista y amorosa sobre una realidad que no suele estar en primera plana en estos tiempos hostiles donde priman el odio y la desinformación.

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