«Coup de Chance» (Golpe de suerte en París): El azar, el azar…

¿Qué es más importante? ¿Tener suerte o talento? ¿Cómo se consiguen más cosas: con suerte o con trabajo duro? Estas preguntas se las hace y se obsesiona con ellas Woody Allen desde hace varios años. Él, identificado como un pesimista nato, siempre confirmó que cree que la suerte le gana todo, quizás porque así es más fácil vivir: pensando que no tenemos control real sobre nuestro destino.

En su última película, que data del año pasado aunque recién ahora nos llegue a cartelera, un producción no solo rodada en París (donde ya había trabajado) sino que por primera vez hablada totalmente en francés con elenco francés, Woody Allen le sigue dando vueltas a temáticas que pensó y repensó en películas como Crímenes y pecados, Match Point, Cassandra’s dream, Irrational Man. Como si todavía quedara algo por ahí que no termina de comprender. No solo referido a la suerte, en esto esta última película se emparenta de manera más cercana a la protagonizada por Scarlett Johansson y Jonathan Rhys Meyers, sino con lo moral, la culpa (o ausencia de), el castigo.

Golpe de suerte en París empieza como una comedia liviana. Fanny (Lou de Laâge) es una mujer casada con un hombre poderoso y adinerado que se niega a ser solo una esposa trofeo, como sabe que muchos la consideran. Su marido, Jean (Melvil Poupaud), trabaja de «hacer más ricos a hombres ricos», una profesión que ni su mujer entiende pero acepta, al igual que sus regalos, sus piropos y, más allá de ser un hombre encantador, el marido perfecto ante los ojos de todo el mundo, algunos comentarios que empiezan a mostrar un costado celoso y posesivo.

Cuando por esas calles de París Fanny se cruza con Alain (Niels Schneider), compañero de la secundaria que le declara por aquellos años haber estado enamorado de ella en silencio, las cosas empiezan a trastabillar en el interior de la mujer. Esas tardes se convierten en momentos de relajación y escape, primero entre conversaciones en el parque cargadas de nostalgia mientras empiezan por primera vez a conocerse, y luego con un amorío a puertas cerradas que Fanny no está segura de cómo controlar entre tantas estanterías tambaleantes.

Mientras Jean es un hombre que cree que uno mismo crea su suerte y se asegura de crearse la suya, Alain representa una mirada más bohemia: no necesita tanto para vivir más que su profesión de escritor, una buena comida y una compañía agradable. Fanny no está segura, choca la persona que supo ser y en la que de repente se ve convertida. Hasta que la suerte (la de ella o la de alguien más) se introduce en su destino.

Hacia la mitad de la película, Woody Allen se aleja de la comedia, retorna al drama, también de manera ligera y con su carga de ironía, y se mete en otro sendero que conoce y en el que se divierte: el policial. Convierte primero a Jean y luego a otro personaje (la madre de Fanny, interpretada por Valérie Lemercier) en detectives que mueven la historia hacia senderos más oscuros y con cuestiones morales.

La infalible fotografía de Vittorio Storaro y la música de jazz, donde destaca la melodía en piano de Cantaloupe Island de Herbie Hancock, hacen que el traspaso de Allen al francés se siente con la misma naturalidad que el director introduce la subtrama criminal a lo que parecía una comedia de enredos y con la que sus actores interpretan sus personajes. El francés le sienta perfecto, quizás porque además no retrata el escenario como en otras películas suyas europeas desde una mirada extranjera, como un turista.

Dentro de una filmografía tan vasta como lo es la del director y guionista, una película como Golpe de suerte en París está algo alejada de obras maestras como Annie Hall, Zelig, La rosa púrpura del Caro, Medianoche en París. Sin embargo dentro de sus últimas películas, que le ha costado mucho realizar a falta de gente que quiera financiarlo por cuestiones que ya conocemos, se trata quizás de las mejores, una película ingeniosa, sólida y encantadora que no pierde su sello autoral en el cambio de idioma.

Un triángulo amoroso y las casualidades que se interponen. Más allá de que Allen le dio muchas vueltas a estos temas en varias mencionadas ocasiones, siempre parece estar repensando y reescribiendo ideas al respecto. Acá se nota especialmente en esa resolución que por supuesto no adelantaré. Suerte, karma, destino. Cada uno cree en lo que quiere, en lo que puede, o en aquello que lo ayuda a transitar mejor sus decisiones en la vida. Nosotros mientras tanto podemos elegir encerrarnos en una sala de cine a ver cine.

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