
«Babygirl» (Deseo prohibido): Perder el control

Escrita y dirigida por Halina Reijn (Bodies Bodies Bodies), Babygirl retoma el drama erótico tan propio de algunas décadas atrás y lo actualiza con una mirada fresca y femenina. Nicole Kidman parece la actriz ideal para dar vida a la protagonista, Romy, CEO de una exitosa compañía, madre y esposa que no consigue alcanzar el placer junto a su marido. Antonio Banderas es quien interpreta al hombre que intenta escucharla y satisfacerla y la tercera punta del triángulo es Harris Dickinson en el papel de un joven becario que descubre el lado oculto, incluso para ella misma, de Romy.
Si bien desde la premisa, mujer que engaña a su marido con un muchacho más joven y así pone en riesgo su matrimonio y su carrera, la película rememora inmediatamente a la era dorada de los thrillers eróticos, lo cierto es que estos son tiempos muy distintos y la mirada sobre el goce, el consentimiento, el poder, han cambiado mucho. Por eso, si bien resulta una película picante, nunca alcanza los grados de intensidad (y a veces tragedia) de muchas de aquellas donde arrastrarse por una pasión podía arrasar con todo. Acá nadie muere, ella solo sufre esa llamada pequeña muerte que a veces nos hace creer que sí.
Romy y Samuel se conocen de casualidad en la calle. Una situación extraña y un perro generan una sensación de peligro que despierta algo que ella llevaba dentro. En su casa junto a su marido, a quien sin dudas ama, se esfuerza por llevar una vida sexual atractiva pero, frustrada, finge y se escapa a masturbarse mirando porno. Eso que su marido ignora de su mujer, lo descubre de manera inmediata Samuel, un joven que entra como becario e insiste en trabajar con ella.
La relación entre ambos empieza de manera juguetona, con una Romy que intenta negarse pero aquello que la asusta también la seduce y le revela un mundo desconocido. Se trata de una relación sadomasoquista donde la mujer que en su vida lleva las riendas, el control, el poder, juega a cederlo en la intimidad, como una manera de relajarse y despojarse de toda esa presión diaria. De repente disfruta que le ordenen qué hacer, que la humillen, que la degraden.

El rostro de Nicole Kidman es protagonista de muchos primeros planos. La directora capta antes que un acto sus reacciones, sus gestos, esa boca que se entreabre, los ojos que se cierran, un suspiro. Ese erotismo que, justamente (porque a veces se confunde con pornográfico), apela a las sensaciones y a la imaginación. Pero también Kidman le aporta otra cosa a su personaje; mucho se ha hablado de cirugías, bótox o ácido hialurónico, cosas demasiado frecuentes en estrellas forzadas a no envejecer, y aquí no se hace la vista gorda sobre un rostro que ya no luce natural y que puede verse tan rígido como su postura de mujer poderosa. El modo en que Reijn lo incorpora a la historia fluye bien y refuerza el retrato de lo que se espera de esa mujer de más de cincuenta años. Además no solemos ver mujeres posmenopáusicas disfrutar de su cuerpo, ser dueñas de su goce. Y el modo en que Kidman se expone es sorprendente, demuestra una vez más que es una actriz sin miedo al riesgo (aunque ya lo sabíamos, es suficiente ver su vasta filmografía y los directores con los que ha trabajado).
Quizás la historia está narrada de manera algo ligera y no profundiza demasiado en algunas de las aristas que presenta sin embargo no deja de ser una película valiosa en estos tiempos por poner en el centro a una mujer que disfruta del sexo tenga la edad que tenga, que decide introducirse en mundos que le resultan seductores aunque de afuera estén vistos como perversos, y que no ve su vida destruida por un affaire inocente.
La directora holandesa entrega una película erótica con algunos lugares o recursos comunes, como la banda sonora sugerente o amenazante. Pero su mirada fresca y desprejuiciada y las potentes interpretaciones de sus protagonistas logran elevarla. Más allá de lo controvertida que puede sonar su sinopsis, se trata de una película inofensiva, mas no ingenua.