«227 lunas»: Deseos que no se apagan

Brenda Taubin venía de dirigir un hermoso documental en el que insertaba un juego con el cine y la ficción: Telma, el cine y el soldado. Para su segundo largometraje, 227 lunas, sigue explorando diferentes maneras de abordar historias reales que parecen sacadas de una película. Más allá de su breve carrera, si algo queda en claro es que Taubin es una hábil documentalista porque sabe poner en el ojo en personajes e historias especiales y al mismo tiempo contarlas con una sensibilidad y magia únicas.

En el centro de 227 lunas tenemos a Alejandro, un hombre que creció enamorado del espacio. Nos pasó a muchos cuando éramos niños, que nos fascinaba la idea del universo, los planetas, las estrellas, las lunas. Queríamos ser astronautas o astrónomos para abarcar todo ese conocimiento. Al crecer, la mayoría se va alejando de aquellos deseos y ni siquiera hemos sido capaces de convertirlos en un hobby: quedan enterrados. A Alejandro no le pasó eso y hoy trabaja para sí mismo de construir réplicas en miniatura de los planetas y lunas del sistema solar. Un días recibe un mail inesperado de la Agencia Espacial Europea para pedirle que haga 227 lunas como souvenir para los trabajadores de una misión espacial a Júpiter.

Se trata de un trabajo arduo que abarca muchísimo para una sola persona y al mismo tiempo es una oportunidad única. La película lo sigue en esa labor metódica y detallista que además lo lleva a cumplir un sueño: viajar a asistir al despegue del cohete. Pero además Taubin impregna su estilo, su inventiva visual y su ternura con inserts poéticos sobre el espacio.

En el medio además se introducen esas pequeñas historias, como la de una maestra que lo ayuda a escribir una carta en inglés o los niños que se suman a un trabajo ya más lúdico de crear lunas.

Con la curiosidad y el amor que transmite Alejandro la película puede dialogar con El universo de Clarita, de Tomás Lipgot, donde la protagonista es una niña de doce años fascinada con los meteoritos. Es que historias así hay un montón, pero maneras de narrarlas tan bellas y dulces como esta hay pocas.

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