«We live in time» (El tiempo que tenemos): viñetas de una historia de amor
John Crowley, director de aquella encantadora y sutil película protagonizada por Saoirse Ronan, Brooklyn, y la ambiciosa y soporífera adaptación literaria, El Jilguero, regresa esta vez con un drama romántico cuyo fuerte son sus dos protagonistas.
Florence Pugh y Andrew Garfield interpretan a Almut y Tobias, una pareja que a lo largo de diez años va sufriendo las diferentes vicisitudes que la vida tiene para ofrecerles. Contada de modo no cronológico, la película sabe situarnos desde el vamos en el fuerte componente dramático: ella tiene cáncer.
A lo largo de diferentes viñetas que no parecen tener un orden específico, que luce azaroso por las idas y vueltas sin mucha conexión entre sí, vamos conociendo la historia de esta pareja que se conoce de manera accidentada. Ella es una chef con una carrera exitosa desde joven, él acaba de divorciarse.
La química entre los actores se traslada a la pantalla y es sin duda el punto fuerte de la película. Sin embargo, el guion escrito por Nick Payne estructurado de aquella manera caótica entre escenas que van y vienen, escenas de fuerte carácter dramático, donde siempre están pasando cosas importantes, resta autenticidad a esos personajes y sus vivencias.
El amor, la superación, las adversidades, las decisiones que tomamos, lo efímero. Almut es una mujer ambiciosa, que, si bien ha conseguido hitos importantes en su carrera, como una estrella Michelin, se niega a que la enfermedad la deje estancada en ese lugar y sigue apostando por crecer. Si bien no siempre estuvo segura de querer ser madre, con Tobias se da cuenta de que sí y el embarazo y la maternidad serán dos desafíos que sumará.
Las ambiciones de Tobias parecen más pequeñas. El amor de su mujer y su hija son suficiente porque nada le parece más grande que eso. Pero entiende y acompaña a Almut, o por lo menos lo intenta mientras se lo permiten. Cuando la enfermedad le golpea fuerte su realidad, llegan a la conclusión de que la mejor decisión es disfrutar del momento que tienen, sin desgastarlo con intentos de alargarlo más. Calidad sobre cantidad.
Si bien estamos ante una historia en la cual es fácil predecir lo que va a suceder, con excepción de algún momento en general le escapa a los golpes bajos como puede (la decisión de mencionar el cáncer al principio ayuda o algunas inclusiones de humor que se sienten auténticas, no forzadas) pero se nota de todos modos la emoción que busca generar. Como podemos imaginar, apuesta a emocionar hasta las lágrimas, algo que seguramente conseguirá con espectadores varios pero no con quienes delaten la manipulación.
Pugh se destaca por sobre Garfield quizás porque tiene un personaje con más conflicto y desarrollo que el de él, aunque lo de él no es para desmerecer, con un registro más sutil. Aun así, son una gran combinación y la película sin ellos sería menos que olvidable. Ojalá el guion les permitiera alargar algunas escenas para quedarse en ciertos momentos con ellos un poco más pero no, éste prioriza el efecto. Se extraña la simpleza de su Brooklyn.
Vivir el momento, aprovechar el tiempo que tenemos, crear recuerdos que si no nos los podemos llevar con nosotros al menos se queden con los seres que amamos y nos ayudaron a transitar la aventura dolorosa, fugaz y fascinante que puede ser la vida. Más allá del drama, la película tiene un tono esperanzador y emotivo y dos interpretaciones destacables.