“Robin Hood”: Príncipe de los bostezos

Nueva adaptación de la clásica historia del arquero inglés, "Robin Hood" de Otto Bathurst, se queda a mitad de camino entre los anacronismos y una falta de inventiva interesante que la llevan al peligroso terreno del aburrimiento.

La mayor defensa ante el llamado cine pochoclero suele ser que es un cine para divertir, para entretener. Una especie de freno para no pedirle más que eso. Basándonos en esto, cuando una película no llega a lograr el parámetro de “ser entretenimiento” ¿qué sucede? "Robin Hood" es una de las historias con mayor cantidad de adaptaciones y aproximaciones en el mundo del cine.

Proveniente de una leyenda folclórica inglesa, tiene varias adaptaciones en la literatura, de diferentes autores, pero en sí, es una historia anónima. Para los más jóvenes, o lo de mediana edad, la referencia cinematográfica será la versión de Kevin Reynolds con Kevin Costner; o la más sombría y “realista” de Ridley Scott con Russell Crowe. Para los amantes del cine clásico, Errol Flynn es inigualable.

Las hay animadas de Disney, televisivas, en versiones femeninas con Keira Knightley como “la hija de”, y hasta algunas que vaya uno a saber por qué, le cambian los nombres y datos para hablar de lo mismo.

Finalmente, está la genial parodia de Mel Brooks “Las locas aventuras de Robin Hood”. Las expectativas frente a una propuesta que apunta a contar con anacronismos modernos la historia del príncipe de los ladrones, eran: “sino resulta atractiva como aventura, quizás divierta como comedia ¿involuntaria?”

No, "Robin Hood" (2018) decepciona hasta a los amantes del consumo irónico. Robin de Loxley en la joven piel de Taron Egerton, es un noble que vive una vida tranquila junto a su enamorada Marian (Eve Hewson). Pero de un día para el otro la taba se le da vuelta y todo comienza a salirle torcido.

Es enviado a la guerra de Las Cruzadas (expuestas como si fue la actual Guerra de Afganistan), y al regresar hay un complot en su contra a costa de la codicia del Sheriff de Nottingham (Ben Mendelsohn), que lo lleva a quedarse sin nada. Hasta Marian, que prometió esperarlo, parece que la mató la ansiedad y se fue con otro. Ah sí, dijeron que estaba muerto.

Robin planea una venganza que incluye devolverle al pueblo todo lo robado por la tiranía reinante, y acabar con el complot en su contra. Para eso, se encapucha de un modo que parece Sub Zero Ninja de Mortal Kombat, o algún protagonista de Assasins Creed, oculta su identidad, y les desbarata todo las fechorías en nombre de la justicia. Hasta el buenazo de Juan (Jamie Foxx) ahora es un maestro y posterior secuáz al estilo Robin (de Batman, no Loxley).

Lo primero que vemos en "Robin Hood" (2018) es una animación (bastante precaria, ciertamente) de un libro antiguo abriéndose como para contarnos una leyenda. Si eso no nos hizo huir de la sala, prepárense porque lo que sigue es una transformación de la historia que parece mezclar lo que ya conocemos popularmente de "Robin Hood" con "El Conde de Montecristo", y la más ramplona historia de superhéroes.

Hay cámara slow motion, luego aceleraciones, vueltas y volteretas, un lenguaje canchero, vestuario indefinido, y una supuesta imaginaria puesta en el armamento (¡bazookas y metralletas de flechas!), para el enganche de un público joven… entendiendo por público joven el menos exigente y el más conformista. Digamos que no es la primera vez que se plantea narrar una historia de aventuras clásica con anacronismos temporales. 

Las hay de a montones, y más en los últimos tiempos. "Rey Arturo", y dos "Los tres Mosqueteros" diferentes, son las más recordadas. Las hay de las que salen bien (como "Corazón de Caballero"), y de las otras, como la gran mayoría.

Existirá algún multiverso en el que todos estos personajes convivan en extraña armonía. El problema con "Robin Hood" (2018) es que cuando uno, a los pocos minutos, resigna sus esperanzas de ver algo atractivo narrativamente, le queda la chance de divertirse con algo liviano para pasar el tiempo y reírse un rato.

Pero no, dura 116 minutos, y pareciera que durara aún más, mucho más. Hay chispa en los diálogos, no hay humor (ni voluntario, ni involuntario), no hay personajes atractivos, ni conexión alguna entre los personajes. A lo sumo, nos causará risa lo precario de algunos FX expuestos como si fuesen grandes presentaciones visuales. 

Taron Egerton está permanentemente en otra película, probablemente en alguna tira juvenil. Jamie Foxx es el ingrediente “apiádense, sáquenme de aquí” de la película. Ben Mendelsohn es exagerado, pero ni siquiera caricaturesco. Mejor ni hablar de Eve Hewson.

Tres guionistas tiene esta entrega de Robin Hood, y un director novel en la pantalla grande. Entre baches, ideas ridículas no graciosas, y personajes y actores anodinos; ni siquiera es una propuesta que se haga odiar, es directamente algo para el olvido fugaz.

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