«La noche que luché contra Dios»: Entre el presente y el pasado

La nueva película escrita y dirigida por Rodrigo Fernández Engler (Soldado argentino sólo conocido por Dios) es una ambiciosa propuesta contada entre dos tiempos que intenta recuperar parte de la historia de la comunidad judía.
Es el 18 de julio de 1994 y el joven Benjamín Sheinberg (Tomás Kirzner) empieza con entusiasmo su residencia en el Hospital de Clínicas. Pero ese primer día no es un día más en ese trabajo y en ese lugar, porque una bomba explota en la AMIA y los médicos intentan salvar vidas de una tragedia que se cobró 85 muertes.
Entre el shock, Benjamín abandona el trabajo y la relación incipiente con una joven doctora (Carolina Kopelioff) con la cual es evidente que tiene una conexión especial, y se embarca en un viaje a Israel y la visita al imponente Muro de los Lamentos. Un viaje que lo moviliza más de lo esperado cuando, de la mano de un viejo amigo de su abuelo, se vea sumergido en los confines de la historia de Israel con la presencia de Jacob, quien engañó a su padre y a su hermano. Ahí entra en escena el actor Luciano Cáceres interpretándolo, quien ya es introducido de manera épica en el primer plano de la película. Además tiene el desafío de hablar en hebreo.
El protagonista Benjamín necesita conocer mejor la historia para poder entender la suya, sus deseos genuinos. Con la omnipresencia de su querido abuelo que lo crio, es él mismo quien necesita tomar decisiones, tomar el rumbo de su vida, empezar de nuevo quizás. Y para eso la identidad se convierte en una herramienta imprescindible.

La noche que luché con Dios cuenta una historia rica e interesante al mismo tiempo que pone en foco el atentado a la AMIA, cuyas heridas no cicatrizan pero hay toda una generación que no lo vivió y quizás ni se lo contaron. Y en el corazón de esa trama está el personaje de Benjamín, el joven que parecía muy seguro de quién era y qué quería hasta que la realidad lo aplasta y lo lleva a un viaje tan interno como geográfico. «Todos huimos de algo en algún momento».
No predomina un equilibrio entre las diferentes líneas argumentales. Por momentos el personaje principal queda relegado, casi tapado por el drama bíblico que resulta en un largo flashback. Casi cuatro mil años de diferencia, dos personajes a simple vista tan distintos y unidos por una misma causa que se irá revelando. Pero ambas líneas parecieran pertenecer a películas distintas, una más ambiciosa y pretenciosa y otra más intimista y, por lo tanto, efectiva.
Desde lo técnico estamos hablando de una producción notable, con locaciones imponentes y una fotografía que los aprovecha. La banda sonora intensifica emociones también. En lo actoral, el elenco en general está bien pero a veces les cuesta llevar adelante un guion con diálogos que suenan demasiado impostados, calculados.
Sin dudas se trata de una propuesta arriesgada, diferente y una producción de grandes proporciones, rodada en parte en Jerusalem. Pero en su afán de querer abarcarlo todo y ser didáctica pierde frescura, genuinidad, y la unión de ambas líneas argumentales se siente forzada. Cuando se dedica a las escenas protagonizadas por Tomás Kirzner y en especial hacia el final, la película recupera aire.
